Marcelo Hidalgo Sola visita un pasaje centenario

La Piedad: un pasaje con historia para estacionar la moto y observar


Marcelo Hidalgo Sola visita un pasaje centenario que sigue intacto a pesar del tiempo , ubicado en el corazón del barrio porteño de San Nicolás. Testigo de una Buenos Aires que se hacía metrópolis hoy, aunque bastante silencioso, sigue aportando color y misterio al barrio.

Las motos del grupo urbano de paseadores en dos ruedas, siempre encuentran esos lugares recónditos de la ciudad de Buenos Aires que están cargados de historias interesantes. Y, el barrio porteño de San Nicolás, es uno de esos barrios que se las trae en cuestión de perlitas urbanas para regalar a sus visitantes.

Por lo pronto las motos se estacionan algunos metros antes de llegar a destino. Al descender de los vehículos, las veredas nos revelan cuánto nos habremos de remontar en el tiempo. Son muy estrechas y la calle aún conserva los viejos adoquines centenarios. Los lugares que nos convocan están a unos metros uno de otro: un viejo pasaje y una iglesia; ambos llevan el mismo nombre para distinguirse en el conglomerado urbano: de La Piedad. 

Ciertamente, la iglesia de la Piedad le da el nombre al pasaje que se ubica enfrente sobre la calle Bartolomé Mitre. En antiguo pasaje muestra todo y no esconde nada, luce farolas de época y una reja protege la entrada. Es uno de esos lugares de la ciudad en los que a uno no le gustaría que se haga de noche. No asusta en sí el pasaje, lo que asusta es que de tan misterioso y mudo, luce enigmático. Uno de esos sitios cargados de tensión en sí mismo. Son pocos metros, pero uno contiene la respiración al asomarse.

Cuenta la historia que a fines del siglo XIX, la ciudad comenzaba un proceso de grandes transformaciones urbanas, con un desarrollo edilicio sin precedente alguno. Era el tiempo de la inmigración –explica Marcelo Hidalgo Sola- y la escasez de vivienda en la Buenos Aires de entonces era pronunciada, y muchos inversores, vieron aquí la oportunidad de hacer “su América”. Sin prisa pero sin pausa, se fueron levantando edificios de renta en altura y, también, conjuntos de viviendas con calles internas que procuraron sacar un máximo provecho de la subdivisión de las tierras.

Este pasaje es lo que quedó de aquellas primeras reformas urbanas y fue testigo de las primeras inmensas construcciones que llevaron mucho tiempo en terminarse: 20 años aproximadamente. Escondido entre la calle Bartolomé Mitre entre Montevideo y Paraná, parece un pedacito de barrio injertado en pleno centro.

A través de sus inmensas rejas podemos leer los inolvidables carteles azules que anuncian la entrada y salida de carruajes, que como diría Borges, tienen “el sabor de lo perdido, de lo perdido y recuperado”.

El pasaje es muy raro en cuanto a su formato ya que no es recto, como el común de los pasajes porteños, sino que tiene forma de U. La obra fue comenzada en 1866 por los arquitectos Nicolás y José Canales, y terminada por el arquitecto Buschiazzo. Dato no menor si tenemos en cuenta que este arquitecto diseñó los pórticos del Cementerio de la Recoleta , de Chacarita, la Iglesia La Redonda de Belgrano, la de La Piedad, el mercado de San Telmo , la Bolsa de Comercio , realizó la apertura de la Avenida de Mayo y la lista sigue…

Las viviendas que nuclea este pasaje se pueden dividir en dos modelos según fuera su uso: los departamentos que se alinean a la fachada con los locales comerciales en la planta baja, sobre la calle Bartolomé Mitre y en ambos accesos, y los departamentos que dan al jardín en el corazón de la manzana. Las fuentes urbanas señalan que aquí hay 49 viviendas que tienen su frente sobre el pasaje, y el resto, 65 viviendas, dan sobre las tres calles que lo circundan. En referencia a su estilo se puede señalar que recoge influencias italianas y francesas en el diseño. Esta impronta europeizante, que va del art noveau al renacentismo florentino, es notoria en las arcadas del lado norte del pasaje y en sus amplios balcones, detalles que muestran las preferencias de la progresista generación del 80’, la que convirtió a la Argentina en un poderoso país agroexportador.

Para los más curiosos, el detalle no esperado del recorrido, será el descubrimiento de un mural de arte figurativo contemporáneo en una pared que corre paralela a Bartolomé Mitre. La pared también luce artísticamente decorada con el empeño de una enredadera que la cubre parcialmente y compite en belleza con el diseño del mural. Un rincón verde que le da un toque natural y le suma encanto y que, junto con el mural, se funden para brindar una bella postal urbana de este pasaje que no mengua en encanto a pesar del tiempo que ha transcurrido desde su apertura.

En los días de semana, durante las mañanas y las tardes, el pasaje se llena de vida con el circular de los vecinos que lo vuelven dinámico y actualizan su belleza urbana con el fluir de sus existencias. Entre sus habitantes ilustres el pasaje cuenta en su haber a las glorias del tango como Juan D’Arienzo y Miguel Caló, también el bailarín Jorge Donn, el cómico Alberto Olmedo y el director cinematográfico Enrique Carreras.

Nos despedimos por hoy de este rincón de Buenos Aires y en la próxima publicación les contaremos acerca de la Iglesia de Piedad que es vecina del pasaje y también tiene su encanto e historia.

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