Marcelo Hidalgo Sola , invita a hacer un alto y visitar el Palacio San Martín.


La vivienda de la familia Castellanos Anchorena, una de las más aristocráticas y acaudaladas de principios del siglo XX, es desde 1936  sede de la Cancillería Nacional. Una verdadera joya de estilo francés y de las más importantes dentro del Patrimonio arquitectónico que tiene la Ciudad de Buenos Aires. 

 

 

En el barrio de Retiro, a pocos metros de la Plaza San Martín y de la Estación Terminal de Trenes  , una zona muy trajinada de la Ciudad de Buenos Aires, se encuentra desde 1936 la Sede de la Cancillería argentina , el Palacio San Martín.

Ubicado en Arenales al 761, entre Esmeralda y  Basavilbaso, este Palacio, una de las joyas arquitectónicas más exquisitas que posee la Ciudad, fue la residencia  del matrimonio de Mercedes Castellanos, Nicolás Hugo Anchorena y sus diez hijos. Una familia acaudalada, símbolo de la aristocracia porteña de principios del siglo XX

De inspiración en los modelos de las construcciones de los Grand y el Petit Palace de París, su arquitecto, el destacadísimo Christophersen,  ideó tres mansiones que fueran independientes pero amalgamadas en apariencia bajo una fachada única. Cada una de las residencias, fueron habitadas por Doña Mercedes, sus hijos y los miembros de sus respectivas familias: la del ala izquierda (sobre la calle Esmeralda) fue ocupada por Aarón Anchorena con su madre y luego con su esposa , Zelmira Paz. En la del centro, Enrique y su esposa Cecilia Cabral Hunter, y en la del ala derecha (sobre la calle Basavilbaso) la familia de Leonor Uriburu y Emilio Anchorena

 

La vivienda familiar de los Anchorena

 

El  Palacio ganó en 1910 el premio nacional a la mejor fachada y es  importante resaltar que el material original que dió la terminación estética a la fachada, fue trabajado- explica el experto Marcelo Hidalgo Sola- con la técnica del revocado “símil piedra”. El uso de esta técnica fue muy  popular en los edificios de categoría de la época, y se realizaba de forma artesanal . Los encargados de su ejecución fueron artesanos de gran categoría, ya que era  una  técnica exclusiva que fue importada por los inmigrantes italianos y ticineses y gracias a la cual, la ciudad de Buenos Aires fue forjando su parecido estético con la capital francesa, al punto de ser llamada  la  “Paris de América del Sur”. 

Al no poseer Buenos Aires piedra natural a disposición se difundió ampliamente el uso de este revocado cuya composición era simple:   cemento , arena y piedras en polvo generalmente de  importación francesa. Todos ellos,  elementos  que trabajados en mano de los artesanos italianos  se transformaban en una terminación de nivel superior.  La perfección de las fachadas que imitaban  la piedra gris de París hacía que también se replicara el diseño de las juntas entre falsos sillares con un mezcla de tinte un poco  más claro, pero que asemejaban más a las características edilicias locales a las  parisinas.  

Este tipo de fachadas fue el rasgo característico de las grandes construcciones de la ciudad en las primeras décadas del siglo XX . Un estilo refinado y aristocrático imposible de hallar en aquellos tiempos en otras grandes metrópolis de América o Europa, fuera de París o Viena.   

 

Pinceladas de una historia familiar 

 

María Luisa Mercedes Castellanos de Anchorena tuvo once hijos, uno falleció al nacer, y de los diez restantes , solo cinco la sobrevivieron. De éstos, apenas tres de ellos, Aarón, Enrique y Emilio, vivieron con ella el Palacio, originalmente previsto para que lo habitara el gran clan familiar.  Aarón Anchorena (1877) se instaló con su madre Mercedes en el ala izquierda del Palacio y continuó morando allí luego que ésta falleciera  y durante su matrimonio con Doña Zelmira Paz, desde 1923. En Buenos Aires, Aarón fue un gran aficionado a la vida de salón y a las tertulias .  En Europa,  fue también una persona de acción, apasionado por conocer los  paisajes variados del viejo continente,   amante de la vida al aire libre y de la práctica de   deportes.  En sus años de juventud, se aventuró a explorar la Patagonia , y se enamoró tanto del sur del país que compró  la Isla Victoria en el lago Nahuel Huapi a la que dotó de  flora y fauna exóticas.

El Palacio de los Anchorena fue sede de las más importantes reuniones sociales de la época, como el baile del Centenario de la Independencia de 1916. La belleza de la arquitectura y la distinción de los salones de las tres residencias fue el marco ideal para la recepción de las más destacadas personalidades políticas y sociales de aquellos tiempos. Las  tres residencia confluían en torno a un magnífico patio central que desplegaba toda la belleza del estilo academicista francés con toques propios del art nouveau.

El mobiliario original del Palacio estaba compuesto por  artefactos de iluminación en cristal de Baccarat, sillones de madera de nogal italiano tallados por destacadas casas de artesanos y dorados a la hoja. También se lucían exquisitas alfombras persas y tapicería de seda de origen francés. Gran cantidad de estas piezas, aún podían ser apreciadas en el Palacio, cuando en 1936, fue rematado en una subasta pública y vendido al Estado Nacional.  Créase o no, la crisis económica que azotó al país hizo imposible que los Anchorena pudieran seguir  manteniendo la propiedad, un verdadero símbolo del poder agrario argentino del siglo XX. 

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