Con Ignacio Sáenz Valiente estacionamos la moto en la estación Plaza Italia del Subte D para ver la obra de arte más “pisada” de la historia argentina.
El popular pintor boquense solía decir “…..El puerto es mi gran tema, el que más concuerda con mi sensibilidad y no saldré de él. Cada artista debe consagrarse a lo suyo: lo esencial no es renovar temas sino renovarse a uno mismo, dentro de los temas, crear nuevos mundos sin salir de ellos. Espero conseguirlo, porque he puesto mi alma en lograrlo.”
Con estas palabras en mente, nuestro guía , nos propone estacionar la moto en el corazón del Barrio de Palermo y descender hasta las entrañas de la ciudad. Como antaño fuera el puerto, lugar de llegada y partida permanente, hoy el subte, nos lleva al trabajo, nos devuelve a nuestras rutinas, nos ancla y desancla de todas nuestras actividades cotidianas y también es eje facilitador del esparcimiento y la diversión de los porteños. Pero, es posible que una estación de subte pueda convertirse también en una puerta al arte? .Sólo se trata de mirar bien …hacia abajo.
Al bajar las escaleras que llevan al interior del subte, vamos descendiendo a una de las estaciones más concurridas del tendido subterráneo porteño: estación Plaza Italia. La línea D, es la red de estaciones que unen la Plaza de Mayo (donde nos encontramos con la estación Catedral), con la estación Congreso de Tucumán, en el barrio de Núñez; estación que está ubicada en la intersección de avenida Congreso y Cabildo, eje comercial destacado de la ciudad.
Aquí en estación Plaza Italia, nuestro guía nos indica mirar hacia abajo para apreciar los mosaicos unidos que conforman la obra llamada por su autor, Benito Quinquela Martín, “El Carbonero”. Se trata de un mural de 6,35 por 4,23 metros- explica enfático Ignacio Sáenz Valiente – basado en un boceto del artista titulado la descarga de los convoyes del año 1939, que está ubicado en el suelo de la plataforma central, sobre el lado oeste.
Como lo mencionara Quinquela, el tema es una escena de puerto. Una postal de la rutina diaria que encendía la actividad en la zona del Riachuelo en los primeros años del siglo XX. Se ve como marco de fondo, el río gris, la actividad de las fábricas portuarias con sus nubes de humo negro, el perfil de la ciudad; y en primer plano, están los trabajadores. Se ve a los estibadores, sudorosos, sus caras concentradas en el esfuerzo de la tarea: carga y descarga de buques, traslado de pesados bultos de carbón algunos, otros grandes bloques de madera. Otros más, en el esfuerzo de estirar sogas para amarrar los barcos. La obras es un bosquejo de lo que fuera en los primeros años de vida, la rutina del pintor, quien antes de tomar definitivamente la brocha y la espátula, le puso el hombro a la vida y a las bolsas de carbón para ayudar a su familia, un matrimonio pobre de inmigrantes que los habían adoptado a las tres semanas de nacer.
La nostalgia de Quinquela fue la de todos los inmigrantes que al mirar el río añoraban la patria. Quinquela creció escuchando historias de su Italia, la tierra de sus padres adoptivos que hizo propia y soñando que al pintar esa tristeza de ausencia, lograría exorcizar esos fantasmas.
Luego comprendió que donde mejor podría transmutar la melancolía de su alma era en el dibujo, bosquejo y pintura de la imagen del río y sus aguas. Se hizo especialista en retratar la cadencia del río, su oleaje y el sentimiento interior que iba en vaivén por ese mismo circuito. Por eso él mismo decía que su mundo era el río, sobre todo. Pintar los cielos, es algo que no “sentía” y en sus cuadros, los cielos aparecen siempre en pequeñas franjas, sin embargo las aguas….en sus pinturas lo dicen “todo”. Colman el espacio y son el “tema” de su vida. Aquí en el subte, las aguas ocupan el papel central de los mosaicos. El río es un espejo de plata que define la escena, pero se limita a acompañar, a hacer de marco de sentido a la actividad de los trabajadores.
“El carbonero “, así llamaban de pibe a Benito Quinquela Martín, hasta que él se decide a cambiar el carbón de las bolsas del puerto por la carbonilla para dibujar y, su apellido original , Chinchella, por la argentinización “Quinquela”. Con estos cambios, se adentra definitivamente en su mundo de pintor boquense, y desde allí traerá del río todos los matices y todas las postales posibles ya que su trabajo fue febril e inagotable. Cuando estaba inmerso en una obra, trabajaba sin descanso, como trabajador portuario.
Sin técnica y con el conocimiento elemental del dibujante, pintó al puro son del corazón y la intuición alrededor de 500 cuadros. Más que el pincel, usó la espátula, elemento obrero por excelencia, con la que le daba los toques a sus “aguas” y sobreponiendo capa sobre capa, realizaba el movimiento del río. Sus cuadros como los de los primeros impresionistas, buscan despertar una atmósfera, una sensación. Para captar con toda la intensidad esa sensación, el pintor sugería, al mirar la obra, que el espectador entrecerrara los ojos y allí podría “ver” como las pinceladas de las aguas cobraban movimiento y el río despertaba y cobraba vida, allí empezaba el sutil oleaje a aromar las orillas del cuadro y el alma del espectador, y la nostalgia que daba el movimiento a la obra, invadía toda la escena dándole su impronta.
¿Quién pudiera hacer esto mirando el cuadro en el piso de la estación subte? Esta copia que realizó Constantino Yuste en cemento policromado es probablemente la obra de Quinquela más ignorada por los transeúntes. Sin embargo, el propio Quinquela estaría igualmente satisfecho de estar entre la gente que diariamente se “embarca” en las plataformas del subte en el corazón de la ciudad. Compartir la vida con los suyos era la pasión de Quinquela, por eso aunque silencioso, acompaña desde la magia del lienzo de una plataforma, siempre cercano, siempre entre los suyos : los trabajadores del mar de la ciudad de todos los tiempos.