Paseo en moto por La Boca

Paseando por La Boca tras las huellas de un mítico bar de antaño.


Ignacio Sáenz Valiente nos adentra en moto por las callecitas del barrio para rescatar esta historia del olvido del tiempo. El Bar de la Negra Carolina fue en la boca el puerto donde encallaron marineros, trabajadores , inmigrantes y público local en los inicio del siglo XX.

Que el día sea lindo es un factor esencial para salir a pasear en moto por las calles de la cuidad , sin embargo si se trata del barrio de La Boca , no estaría mal tampoco si el día se presenta nublado. Pareciera ser que la impronta bohemia despierta más intensamente si la atmósfera está brumosa y gris y los destellos de plata del Riachuelo dejan escapar esa melancolía que le es propia. Dicen que el río guarda la nostalgia de todos los inmigrantes que han mirado con anhelo esas aguas. Añorando la patria lejana, ese riacho se fue convirtiendo en el destinatario de miradas tristes, nostálgicas, lágrimas que se fueron volcando en él y le dieron ese aire que al mirarlo, a uno se le aprieta el alma sin saber.

Bordeando la Costanera con las motos,  nos encontramos con un murallón de seis kilómetros que el Gobierno de la Ciudad construyó para evitar las inundaciones; esto ocurre cuando el río presenta sus crecidas estacionales. En el recorrido, vemos que este tramo incluye siete estaciones de bombeo y que se han reconstruido cuatro kilómetros de muelles. La rambla costanera sobre la Avenida Pedro de Mendoza le dio un aire diferente al barrio. Se puede decir que lo categorizó pero acentuando su aire pintoresco y orillero. Da gusto pasear en moto por esta rambla ya que está muy bien cuidada  y el riachuelo se puede apreciar en todo el recorrido.

Ignacio Sáenz Valiente, guía amateur, hace estacionar la moto a pocos metros antes de llegar a la calle Almirante Brown. Se baja y comienza a mirar las fachadas de las casas, como queriendo encontrar la ubicación exacta de donde estuvo el “Bar de la Negra Carolina”. Finalmente, se ubica bajo un solar que hoy luce un tanto descolorido y comienza a relatar para el improvisado público que recorre la cuadra,  la historia de este particular bar de antaño…

 Las motos estacionan frente a los recuerdos de un viejo bar

 “Aquí entre las turbias aguas del Riachuelo y el aire sereno de la costa, en tiempos en donde esta zona portuaria era un mar de inmigrantes, trabajadores por magros salarios diarios, estaba el Bar de la Negra Carolina. El bar tuvo su auge en la  década del 20’ del siglo pasado, o sea, exactamente cien años atrás, cuando esta zona era un núcleo vital en  la vida de los porteños. Una romería de trabajadores que en sus espaldas llevaban las cargas de los buques hasta tierra firme”.

“El bar estaba regenteado por una mujer de color, de porte corpulento y figura entrada en carnes; su edad rondaba la cincuentena. Era de palabra fácil y gustaba de comentar con los parroquianos de más confianza, las anécdotas de sus viajes por el mundo. Y se sabe que tenía muchas y de las más interesantes”.

“Nacida en Nueva Orleáns, el orgullo de Carolina era comentar su amistad con Josephine Baker, de la cual mostraba las fotos que se había sacado con la activista en derechos humanos. Sus padres-solía recordar Carolina con mucha nostalgia- eran esclavos en el norte de los Estados Unidos, el condado de Virginia. Afortunadamente al  momento del nacimiento de Carolina ya eran libres. Su madre pudo trabajar de lavandera y su padre se hizo cocinero. Fueron duros tiempos porque los padres murieron y Carolina quedó al cuidado de una vieja lavandera que había sido camarera de café y, Carolina con sus doce años se puso a servir vasos de café y ron en las cafeterías de Virginia.”

“Hábil para aprender idiomas se fue forjando en el aprendizaje por el contacto con tantas gentes de diferentes partes del mundo y al comenzar el siglo XX se trasladó a Buenos Aires. Una vez llegada a puerto argentino, con sus ahorros abrió el bar que fue conocido con su nombre.

“Dicen que el bar lucía unas paredes color rosa , despintadas por los años pero que le daban un encanto particular. La negra Carolina, tenía una ayudante que se llamaba Eve Leneve que contaba historias de crímenes londinense que  aún inverosímiles atraían a la barra a todos los públicos y visitantes del bar, convirtiéndose en un reducto literario de dudosa categoría pero muy efectivo a la hora en que caía la tarde y los trabajadores del puerto buscaban desasosiego y dispersión a bajo precio.”

“Tan popular llegó a ser el bar que cuenta la leyenda que una vez llegó un visitante con perfecto dominio del inglés; un marinero rubio y de ojos celestes que se quedaba fumando apoyado en una mesa del bar. Ese marinero misterioso resultó ser el escritor Jack London. La negra Carolina lo recordaba siempre como una persona amable y generosa que le gustaba mezclarse con taberneros y gentes de la orilla. Presumía ella que era para nutrirse de las anécdotas que luego aparecerían camufladas bajo algún personaje de su vasta creación literaria.”

 En moto también se descubre el pasado menos conocido de la ciudad

 “Así se cuenta que pasaron los años en el bar entre trabajadores portuarios, marineros de todos los puertos y hombres de la literatura; hasta que un día de 1927 , la negra Carolina ingresó por una dolencia en el Hospital Argerich para hacer escala en el puerto de la eternidad”.

Su historia y legado del arrabal boquense aún se respira en el aire de la esquina de Almirante Brown y avenida Pedro de Mendoza. Las motos emprenden la vuelta con un aire de nostalgia y en silencio, apreciando más aún los colores del río que bordea la rambla. La tarde cae y el paisaje nos ha compartido una nueva postal de aquellos que le dieron su color, su forma y su esencia.

               

 

Related Posts