Paseo en moto por el mural de Frida Khalo en Colegiales

En moto al encuentro de un mural de Frida Khalo


Marcelo Hidalgo Sola  nos invita a descubrir un gran mural con la imagen  de la artista mexicana que viste una de las paredes del barrio de Colegiales. Por sus dimensiones y colorido se ha transformado en un ícono del Street Art porteño. Con la moto vamos a su encuentro.

El barrio de Colegiales es un barrio tranquilo y discreto. Su encanto es de esos que se descubren a medida que se lo transita, camina y  explora. En los últimos años viene sumando adhesiones al mundo del hippie glam con locales, bares y circuitos culturales  que acompañan, pero que le escapan adrede a sus vecinos más famosos: los barrios de Palermo Soho y Hollywood.  Entre los rincones del barrio que se llevan todas las miradas, hay uno que con la moto y los moto kulturals queremos descubrir hoy: una joya del street art porteño que da que hablar: el mural de Frida Khalo.

Llegamos a la esquina de Av Dorrego al 1600, si bien el mural no está escondido, dimos  varias vueltas para dar con él. Finalmente, llegamos y estacionamos la moto para admirarlo. El mural nos muestra a una Frida con su típico peinado mexicano: pelo recogido  y un bouquet de rosas a modo de corona.  Sus cejas pobladas y labios rojo carmesí  completan la imagen que todos conocemos de ella. Sin embargo, la obra parece hacer un guiño  al mundo femenino, adolescente y juvenil. Si no fuera por su rostro tan suyo; por el modo de vestir,   Frida podría parecerse a cualquier muchacha de hoy: unos jeans a la moda, remera anudada a la cintura y,  como  gesto de rebeldía,  un modo desafiante de sostener un  cigarrillo, entre los dedos de su mano derecha. El fondo del mural, en celeste pastel con detalles florales en  gamas de rosas, duraznos, verdes y lilas,   resaltan y  acompañan el diseño  y el porte de Frida, que logra destacarse por el contraste de  matices y colores. 

El grupo observa el gran mural desde todos  los ángulos posibles. Como buscadores de belleza urbana, los moto kulturals, como todos los exploradores casuales y vecinos del barrio, no logran escapar del atractivo que ejerce la figura de Frida. Su arte, tan latinoamericano, expresivo y dramático, no pierde vigencia desde que se popularizó , lo mismo que su personalidad,  como mujer y artista. Provocadora como pocas, se inició en el mundo del arte por accidente y por un accidente. Siendo jovencita la atropelló un tranvía y tuvo que sobrevivir día tras día, durante eternos 54 años, a ese instante fatídico que finalmente la llevó a la muerte pero que  la hizo artista. No sabía qué hacer con sí misma en esos largos meses que la postraron en cama,  hasta que un día le regalaron unas acuarelas que le cambiaron el destino y el rumbo a su vida. Comenzó a pintarse a sí misma porque su imagen era lo que tenía más a mano  y mejor conocía y, de tanto insistir en su trazo, logró reflejar en sus pinturas su propio interior. Sus ojos son una acuarela de sus paisajes interiores, sus miradas a veces tristes, melancólicas, sufrientes,  van pasando como nubes en el cielo de su obra.  Porque siempre la obra de su vida ha sido, rescatarse a sí misma de todos los accidentes del destino y  de sus naufragios personales: dolores constantes en su espalda, imposibilidad de ser madre, su divorcio, soledades y fracasos amorosos, la amputación final de su pierna accidentada y  una convalecencia definitiva en una silla de ruedas.  

Diego Rivera, tan artista como ella fue el otro eje de su obra, si bien, además de ser su esposo y sostén durante toda la vida, no  dejó de ser el origen de tantas miradas tristes en la colección de sus autorretratos: infidelidades que le hizo coleccionar a montones, con modelos, estudiantes, personajes del mundo de la fotografía y hasta con Cristina Kahlo,  la hermana mayor de Frida. Frida por su parte no se quedó atrás y le desafió el matrimonio  a su esposo, con varios enamorados y enamoradas de turno, porque realmente fueron codo a codo y a la par en todo.  Pero a pesar de ello, permanecieron unidos por un vínculo indisoluble que fue más fuerte que todos los huracanes y tormentas que acamparon  en el cielo amoroso de estos dos grandes artistas de todos los tiempos.

La pose provocativa del mural, invita a indagar  y a interesarse por la figura, obra y personalidad de la artista. Interpela porque Frida, fue pionera y se adelantó, como todo personaje de vanguardia, a su época. Fue luchadora acérrima por la igualdad de derechos  femeninos  en la ultra machista sociedad mexicana de principios de siglo y bregó junto a Diego Rivera, por los derechos indígenas  que ambos rescataron con su obra pictórica, del manto del olvido  que la sociedad  había tendido sobre ellos.  Frida celebró con sus atuendos, las tradiciones mexicanas, lucía como una auténtica princesa tehuana y muchos niños a su paso preguntaban ¿dónde está el circo? .Su colección de aros, anillos, cintas coloridas, encajes y puntillas eran el despliegue de una escenografía cotidiana, casi teatral, con la que Frida honraba la alegría de estar viva y su ser y sentir mexicano, cuando sus compatriotas en cambio, querían vestirse con el lujo y el glamour francés.

Ya estando en su lecho muy enferma y paliando sus dolores de huesos con inyecciones de morfina, seguía pintando los motivos que más alegraban su espíritu. Tanto quiso a la vida que, esperando el trance final realizó un  último cuadro con todo esmero. Fue una naturaleza muerta, en la que se destacan unas sandías vibrantes y esplendorosas que mostraban una fruta plena y madura, debajo Frida, firmaría con un trazo vacilante pero firme,  en grandes letras redondeadas, su mensaje más contundente, expresivo y personal; el broche de oro que cerraría su paso por el mundo ; en grandes letras doradas se lee,  definitivo,  su mensaje final: “Viva La Vida”.

Related Posts