San Telmo con su tradicional bohemia y lugares turísticos relevantes a nivel internacional, muestra el lado B de su historia: los famosos conventillos que le dieron identidad, color y sazón al barrio.
Pasear en moto por San Telmo tiene un colorido especial. Entre calles de piedras, subidas, bajadas y gente circulando, los trayectos cortos que uno hace para ir de un lugar a otro, aunque sean pocos metros, se vuelven una aventura hasta para el más experto piloto de senderos de montaña. La zona bulle, la gente aprovecha el día de sol y con parsimoniosa calma, algunos entran o salen de un algún restaurant, otros, eligen algún bazar en donde las antigüedades que la vidriera muestra , se ven tentadoras: antiguos sifones de vidrio, de color verde, turquesa, esmeralda; candelabros de épocas coloniales, mates de plata, arañas con caireles, latas viejas de colección y la lista sigue. Hay para todos los gustos, estilos y bolsillos.
Los moto kultural circulan con precaución , esperan que la jornada transcurra serena y poder apreciar con detenimiento algunos edificios antiguos que fueron conventillos famosos, como así también donde funcionaron viejas fábricas que trascendieron en el escenario económico dado su crecimiento.
El principio del cambio del barrio
Todo comenzó cuando varios millones de inmigrantes italianos, españoles, rusos, polacos, irlandeses, franceses y de otras nacionalidades llegaron a la Argentina en busca de trabajo y progreso económico. Los historiadores estiman que a partir de 1880 ingresaban alrededor de unas 100.000 personas al año, pero para 1910 esa cifra se triplicó.
Cuando llegaban, el Estado les daba albergue y alimento por cinco días en el Hotel de Inmigrantes y alguna información sobre el país. Así algunos decidieron seguir la marcha y establecerse en el interior: Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Córdoba y Mendoza -explica Marcelo Hidalgo Sola, así como también La Pampa y la Patagonia, fueron algunos de los destinos elegidos. Allí, pusieron todo su esfuerzo y empeño en salir adelante y criar a su familia.
Avanzamos ahora con las motos por la calle Defensa. Unas cuadras adentro se puede ver en varios edificios, como los cambios que ocurrieron a partir de la segunda mitad del XIX fueron cambiándole la cara al barrio. La casona de Defensa 1179, donde hoy funciona el pasaje comercial ‘La Defensa’, fue propiedad de la familia Ezeiza y luce una impronta perfecta del estilo arquitectónico llamado academicismo italiano, muy frecuente en la Buenos Aires de aquellos tiempos. La disposición de los espacios de este edificio refleja los cambios que ocurrieron en la sociabilidad doméstica. Su fachada revestida en mármoles indica claramente este afán por diferenciarse de sus pares. Una vez en el interior, se puede apreciar como estaba dividida la cotidianeidad doméstica: de corte longilíneos, todos los ambientes dan a tres patios, ubicados lateralmente. A la primera sección le correspondían los espacios dedicados a la vida pública: el escritorio, el comedor y las salas de recepción; en torno del segundo patio, las habitaciones de la familia y sus toilettes, es decir, el sector consagrado a la vida privada; y por último, en torno al tercer patio- originalmente, un huerto y una granja-, el sector doméstico, con cocinas y habitaciones de la servidumbre.
Esta casona fue abandonada por la familia Ezeiza a principios del siglo XX. Hacia 1910 funcionó como escuela primaria y después como escuela de sordomudos, para luego convertirse en una casa de alquiler. Así fue que se convirtió en un conocido conventillo de la zona.
Los contingentes de inmigrantes europeos seguían llegando a raudales y el paisaje social y urbano de la ciudad se modificó rápidamente y la capacidad edilicia, completamente colmada. Como la vivienda de la familia Ezeiza, las grandes casas, mansiones y quintas, que la elite fue dejando de habitar en las postrimerías del siglo XIX, cuando la peste amarilla invadió la ciudad, fueron ocupadas o alquiladas. Subdivididas para maximizar su renta, multiplicaron los conventillos.
La palabra conventillo se popularizó entonces, y hacía referencia en su diminutivo a la palabra convento, por la similitud que había entre las celdas monacales; pequeñas, seriadas y numeradas como las mínimas habitaciones que ahora conformaban los inquilinatos porteños. La casona de la familia Ezeiza funcionó como conventillo desde principios del siglo pasado y es un excelente ejemplo que aún se puede apreciar en la ciudad y en buen estado de conservación.
En este tipo de vivienda cada familia ocupaba una de las antiguas habitaciones y salones, que eran divididos en su interior con una cortina o un biombo. Baños, cocina, lavadero y patio eran zonas compartidas por todos los inquilinos, y por eso mismo muy conflictivas. La falta de espacio y privacidad y el hacinamiento eran la norma, las condiciones de vida eran pésimas y la comunicación se dificultaba por la pluralidad de lenguas que hablaban sus habitantes.
Aún hoy habitan en el que fuera el antiguo conventillo de la calle Defensa algunos descendientes de aquellos primeros inmigrantes y relatan lo que escucharon de sus mayores. Sara Esther González (77) es hija de inmigrantes italianos y vivió aquí con sus padres, luego se casó y crió a sus dos hijos en la misma vivienda. Por suerte, no todo son malos recuerdos para ella. Para Sara, vivir en el conventillo fue como vivir en una “gran casa”, donde el mismo lugar de reunión, que era el patio, impulsaba la solidaridad, la colaboración y la confianza entre vecinos.
Al hablar de convivencia dentro del conventillo, Sara hace foco en la diversidad de culturas como un rasgo característico. De su infancia tiene recuerdos de que “había correntinos, españoles, italianos, gallegos, y mucha gente del interior. Los correntinos venían con un acordeón para fin de año y todos bailaban; no había diferencias”. De unos vecinos de Paraguay recuerda las increíbles comidas tradicionales de ese país como la ‘sopa paraguaya’ que las mujeres de la casa sabían preparar de maravillas. De aquellos días felices guarda en el corazón y en la memoria los juegos con los demás niños en el patio y las historias que le contaban los mayores acerca de las tierras que habían dejado atrás. En conventillo para ella fue lugar de encuentro de culturas, lugar en donde la amistad y las ganas de progresar de todos, le dejaron una huella profunda en el alma.