García Lorca en Buenos Aires

En moto tras los pasos de García Lorca en Buenos Aires


Marcelo Hidalgo Sola, con el Hotel Castelar como centro, revela algunos detalles desconocidos de la estancia porteña del famoso poeta y dramaturgo español.

Quien ame la poesía y los versos andaluces del genial poeta Federico García Lorca, puede asomarse en Buenos Aires a un espacio que guarda los pasos del poeta por la ciudad. Seis meses fueron los que el escritor y poeta vivió aquí en la década del 30 y dejó su particular impronta en la habitación del Hotel Castelar, en la que se hospedó durante su estancia.

La habitación quedó tal cual el poeta la dejó. En su homenaje, al fallecer en España , se decidió conservarla con el mobiliario que el poeta usó: cama , escritorio, silla; como así también el decorado y el estilo de época que quedó sin renovarse a pesar de que las demás instalaciones recibieron en tiempo y forma su aggiornamiento. Aquí escribió el poeta una obra de teatro y varios poemas. Pasaba sus tardes encerrado, creando universos paralelos en donde los personajes cargaban destinos plasmados de la historia de su país de origen, España.

El balcón al cual se asomaba para contemplar la arboleda frondosa de la Avenida de Mayo, es el mismo. Como también es la misma la vista de los edificios más elegantes y más parisinos de Buenos Aires que desde aquí se pueden observar. Se dice que la inspiración no podía faltarle desde el balcón, con esta vista de postal magnífica y señorial de la ciudad. Pareciera que aun hoy es posible vislumbrar su silueta con un cigarrillo en mano, el rostro ensimismado, dando pasos cortos y cabizbajos en el balcón pensando y recreando las escenas de sus obras teatrales….

El 9 de noviembre de 1929 se inauguró el Hotel Castelar, cuando la Avenida de Mayo irradiaba una pujante vida cultural –explica Marcelo Hidalgo Sola-y estaba animada por escritores, actores, músicos y periodistas, en cafés y edificios distinguidos. El Hotel Castelar nació como una propuesta de lujo, para engalanar el perfil de la ciudad y recibir a los distinguidos visitantes de Buenos Aires de entonces. Por aquellos años, la Avenida de Mayo lucía en todo su esplendor y era el lugar en donde se reflejó la nueva faz de metrópolis internacional que había adquirido Buenos Aires. Los mejores arquitectos trabajaron para darle el perfil más parisino posible, se diseñaron los boulevares y algunas arquitecturas que hoy forman parte del Patrimonio Arquitectónico de la ciudad. Mario Palanti fue quien diseñó y proyectó el estilo academicista del hotel y fue también el autor del edificio Barolo, en Avenida de Mayo al 1300; así como también la Nunciatura Apostólica de Buenos Aires, el Palacio Roccatagliata, y otros.

En su inauguración se llamó Hotel Excelsior, y en su subsuelo funcionó la peña más famosa de aquellos años llamada “Signo”. Por allí desfilaron Oliverio Girondo, Alfosina Storni, Norah Lange, Raúl Gonzales Tuñón, Vicente Ruiz Huidobro, Jorge Luis Borges, Pablo Neruda, David Siqueiros, y muchos más. Recién en 1951, nuevos dueños cambiaron el nombre del imponente hotel: pasó a llamarse Castelar, en homenaje al presidente de la Primera República Española, Emilio Castelar y Ripoll.Pero la aureola cultural del hotel se afianzó luego que albergara a su huésped más recordado: Federico García Lorca. 

Lorca en la ciudad

Lorca tuvo sus primeras impresiones de Buenos Aires el 14 de octubre de 1933, cuando arribó al puerto de la ciudad embarcado en el moderno transatlántico Conte Grande. No era su primera aventura americana. Antes ya había estado en Cuba y Nueva York. Arribaba entonces a la ciudad inmigrante y cosmopolita invitado por Lola Membrives y su esposo, el empresario español Juan Reforzo. En un principio el viaje no iría más allá de algunas conferencias, y el reestreno en el Teatro Avenida de sus Bodas de sangre, una de sus obras cumbres, y el estreno de La zapatera prodigiosa. Pero su estadía se extendió por seis meses. Todo ese tiempo se alojó en el Hotel Castelar, en su habitación 704. 

En Buenos Aires, Lorca paladeó la fama. Su popularidad fue inmensa, en los días de la llamada Década infame; el tiempo caracterizado por el primer golpe de Estado en 1931. En Buenos Aires, Lorca se encontró con personas de Fuente Vaqueros, el pueblo de la Provincia de Granada en el que nació en 1898. Y también conoció a Gardel, a Borges y trabó fuerte amistad con Pablo Neruda, que era cónsul de Chile en Buenos Aires, y con quien lo unía también la admiración por el poeta nicaragüense Rubén Darío, gran representante del modernismo literario en lengua española, quien vivió un tiempo en la ciudad.

Los pormenores de la estancia de Lorca son evocados en Federico García Lorca. Vida, pasión y muerte, por su biógrafo, el hispanista de origen irlandés Ian Gibson. Bodas de sangre triunfaba, y en medio del afecto y atención que recibía, nunca olvidó recordar su aversión a la monarquía y a las derechas; y gustaba de comentar su labor en La Barraca, la compañía de teatro universitario y ambulante que codirigía con el vasco Eduardo Ugarte, guionista, director de cine y escritor, con quien compartía el propósito era hacer llegar a obreros y campesinos el teatro clásico español en pueblos y ciudades de España. Con ellos, el teatro del Siglo de Oro, de Calderón de la Barca, Lope de Vega y Miguel de Cervantes se difundió entre los más humildes. Lorca decía a quien quisiera escucharlo: “En el teatro hay que dar entrada al público de alpargatas”, como publicó un cronista del Diario Crítica de la época.

El Hotel Castelar era el lugar de descanso y logística de su aventura en Buenos Aires, y también otro de los ámbitos de sus expresiones artísticas. Participó en el subsuelo del hotel de la peña Signo, y allí también funcionaba Radio Stentor, a cuyas transmisiones Lorca contribuyó con el recitado de poesía en vivo con su voz andaluza. 

Como José Vasconcelos en La raza cósmica, Lorca advirtió también la gran diversidad étnica como singularidad de la ciudad de Buenos Aires; el cruce en sus calles y su soledad de “mil razas que atraen al viajero y lo fascinan”. En ese estado de hechizo, Lorca se embarcó de regreso a España el 27 de marzo de 1934. El último acto público del poeta antes de abandonar la habitación 704 del Hotel Castelar fue la puesta en escena de su obra de títeres El retablillo de don Cristóbal, en el Teatro Avenida, en una función exclusiva para sus amigos y amigas. Luego inició su viaje hacia su último destino. 

 

 

 

 

 

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