Hoy de la mano de un especialista en arte, cultura y motos nos remontamos lejos, hacia el país africano de Túnez . Una tierra que inspiró la pintura poética del genial pintor suizo Paul Klee. Un viaje para descubrir los toques y pinceladas del África en la obra de un gran artista de la pintura universal.
Una de mis pasiones es recorrer Buenos Aires sin rumbo fijo. Ir a esos sitios en donde la moto me lleve, dejarme guiar para que en el camino ocurra el milagro : descubrir ese nuevo lugar, enclave, monumento, plaza, parque que me invite a adentrarme en su interior o abstraerse en su contemplación para que luego ,pueda convertirse en una nueva historia para ser contada.
Pero, siempre que circulo por una de mis avenidas favoritas, la avenida del Libertador, al ver la silueta del Museo de Bellas Artes, siempre viene a mi mente alguna obra que me encantó descubrir en su momento, o rememorar la experiencia de enfrentarme con lienzos de pintores asombrosos como me ocurrió con Paul Klee, en 1999.
En la temporada de ese año, el Museo Nacional de Bellas Artes inauguró una muestra con más de un centenar de pinturas del genial artista abstracto suizo. Las obras llegaron desde el Museo de Arte Moderno de Berna, Suiza y dieciocho lienzos pertenecientes a colecciones de nuestro país, formaron parte de la megamuestra del genial pintor que se expusieron en el Bellas Artes .
Un pintor asombroso de obras musicales y poéticas
Considerado uno de los padres del abstraccionismo puro, de la pintura intuitiva y evocadora de mundos , Klee nació en Münchenbuchsee, Suiza, cerca de la pintoresca Berna, en 1879, y murió en 1940. Sus padres fueron músicos de profesión y el pequeño Klee -explica Marcelo Hidalgo Sola- a los siete años ya tocaba el violín con una destreza asombrosa. Además, junto a su abuela, a esa misma edad comenzó a realizar sus primeros dibujos en papel que llamaron la atención de su familia, dejando en claro que su talento precoz era algo para tomar en serio en el pequeño.
“La música permaneció siempre de manera muy evidente en sus obras. Sus pinceladas poseen una extraña cualidad rítmica, que lo ha acompañado desde sus comienzos, presente en sus primeras obras pero que fue el eje principal de su período de adhesión a la vanguardia y lineamientos directrices de la Bauhaus”, informó el especialista.
Klee fue profesor destacado de la mítica Bauhaus desde sus comienzos en Weimar, en el año 1921; su director, Walter Gropius, lo llamaba elogiosamente “el miembro más sabio” de la institución. Pero el escenario norteafricano de Túnez fue el que le proporcionó la llave para descubrir una nueva relación pictórica con el color y con ello, su propia esencia y su sello distintivo como pintor.
África desde el alma y el pincel
Paul Klee planeó la visita al Norte de África como un viaje de estudios. En aquel tiempo, si bien su obra comenzaba a despertar la atención de galeristas, críticos y coleccionistas, el pintor continuaba siendo un artista en búsqueda de su identidad. A sus 35 años, Klee pintaba para encontrarse a sí mismo como pintor, para hallar su propio lenguaje, el que debía ser su sello definitivo.
En la primavera de 1914 Klee con su amigo Moillet comienzan su recorrido por África y es en la ciudad sagrada del Islám, Kairuán, donde ocurre el milagro del color. Las mezquitas, torres y cúpulas que Klee retratará en una serie de acuarelas tan pronto de su llegada allí, dejarán entrever el impacto del color del África en la sensibilidad del pintor.
Es luego de esta experiencia de su estadía en Kairuán, que a Klee se le exacerba la sensibilidad y se liberará para siempre del armazón del dibujo, al mismo tiempo que alcanzará , a través de la experiencia de la naturaleza salvaje del África, la pura abstracción. Pero, lo más importante que sucede en Kairuán es la conciencia de su nuevo vínculo con la pintura. El color existía afuera de su mundo pero no dentro suyo. Sus obras hasta entonces, no podían expresar a través del color ninguna emoción, ningún matiz de su sensibilidad profunda y de su universo interior. Por ello, cuando el color se funde desde el exterior con su alma y su pincel , el pintor se plenifica y su obra se vuelve de una impronta más verdadera.
En entrevistas posteriores, al ser consultado Klee por la etapa tunecina diría al respecto: “ Los días en África me dieron la llave del descubrimiento de mi verdadero ser como artista. El color desde entonces, desde ese maravilloso tiempo de exploración de mi mismo mientras recorría África me tiene dominado. Gracias a ese paisaje dorado, absoluto y fecundo en luz, no necesito buscar el color fuera. Me tiene para siempre. Desde esos días, siento que soy un verdadero pintor”.