Ignacio Sáenz Valiente , guía de turismo amateur nos lleva de la mano, moto mediante ,por alguno de los rincones más pintorescos del Barrio de Retiro. Una zona llena de encanto y de historia, en donde la agitada vida de un trabajador se cruza con curiosas esculturas de pueblos ancestrales y un particular reloj de tiempos remotos.
Una moto y un tótem misterioso
“Nada sabemos de su culto; razón de más para soñarlo en el crepúsculo dudoso”, escribió Jorge Luis Borges sobre el tótem indígena ubicado en la plaza que está frente a la terminal de ómnibus de Retiro. En realidad casi nadie sabe qué significa este poste de madera, tallado con distintas figuras, que está emplazado allí desde 1964. A decir verdad , ni si quiera es el mismo de entonces.
El tótem fue obsequio de la Embajada de Canadá , como gesto amistoso y en reciprocidad a las autoridades porteñas que aquel año nombraron Plaza Canadá a ese espacio público. Nos referimos al punto de confluencia de la avenida Antártida Argentina y la calle San Martín de la ciudad de Buenos Aires. Allí podemos estacionarnos con la moto y hacer un alto en nuestra jornada. Y por breves instantes tal vez nos parecerá estar en alguna Isla de Oceanía , en los territorios que alguna vez pertenecieron a la cultura maorí o tal vez en alguna costa africana. Sin embargo , el tótem es producto de los descendientes de una tribu canadiense. El original, de más de 20 metros, se fue desgastando con el tiempo por falta de mantenimiento, hasta que en 2008 se decidió derribarlo. Pero el Ministerio de Cultura emprendió un camino obstinado para recuperarlo , hasta que al final lo logró.
Tras una larga búsqueda de años, dieron con la tribu canadiense que lo había hecho , explica Ignacio Sáenz Valiente, y le encargaron realizar uno nuevo. El tallado figurativo fue realizado cuidadosamente sobre la madera cruda.
La ejecución duró alrededor de dos años. Sucesivos toques de pintura fueron dando las profundidades y resaltando los detalles de la obra. Así ,tres esculturas gigantes, una sobre otra , muestran a los dioses , mitad humanos , mitad del reino natural , alzarse sobre el casco urbano y contemplar más allá de la línea del horizonte . La actitud pareciera ser la de aquellos que vigilan y montan guardia frente a las asechanzas del enemigo. El problema es que la gente no sabría decir a que enemigos disipan de atacar la ciudad. De todos modos, el gesto del regalo de la escultura, fue profundamente apreciado por las autoridades porteñas a la hora de recibir tamaño presente.
El autor de esta segunda pieza fue el escultor Stanley Hunt, hijo del artista que había tallado el primer tótem. En 2012 se inauguró el que hoy se puede ver, una versión apenas más pequeña, de 13 metros, hecha en un tronco de cedro colorado que reproduce imágenes de animales mitológicos del pueblo kwakiutl. Se ven esculpidas en el tótem : el águila , el león marino, la nutria marina, la ballena, el castor y un ave caníbal, y también aparece la figura de un hombre, como pilar ejecutor de los ritos ancestrales en la filosofía y las leyendas fundacionales de la cultura canadiense.
Al pie de la figura se colocó una placa indicativa en la que se lee un fragmento de Borges , del libro Atlas ( escrito con María Kodama) “…nuestra imaginación se complace con la idea de un tótem en el destierro, de un tótem que oscuramente exige mitologías, tribus, incautaciones y acaso sacrificios”. Este tótem , nos invita a soñar , finaliza entusiasmado Ignacio Sáenz Valiente
La moto frente a un reloj muy particular
La calle Tres Sargentos 352 en el barrio de Retiro, no oculta una rareza, por el contrario: la exhibe. Se trata de un reloj de sol que se asoma en la torre de lo que fue una fábrica de principios del 1900: el reloj de sol de la ex Compañía Italo-Argentina de Electricidad.
Esta antigua usina es obra del arquitecto italiano Juan Chiogna que pretendió adaptar el estilo gótico a las construcciones industriales de nuestra ciudad y de ese modo establecer un vínculo con los inmigrantes europeos que habitaban Buenos Aires. Esa elegancia neomedieval que aún conserva el edificio en su fachada, hizo posible que las plantas de energía se instalaran en los barrios residenciales sin romper la estética urbana ni provocar quejas de los vecinos.
En pocas palabras diremos que se trata del instrumento más antiguo diseñado para marcar el paso del tiempo; funciona mediante un gnomon-algo así como una aguja o vara- dando sombra sobre un cuadrante y señalando cada hora.
No es fácil encontrar en la ciudad ejemplares “vivos” de estos aparatos. Y los que hay están en condiciones deplorables. Había uno en Plaza Lavalle, frente al Palacio de Tribunales pero sólo queda la base de cemento, porque se robaron el metal y también parte del cuadrante. Otro de gran valor era el que formaba parte de la “columna meteorológica” de Jardín Botánico y que solía marcar la hora local y la de otras ocho ciudades del mundo con el mismo sistema, pero el monumento fue vandalizado tantas veces que dejaron de reponer sus piezas. Y hay uno también frente al planetario, que si bien funciona con el antiguo mecanismo es bastante más moderno, hecho de mármol y de acero inoxidable.
Por eso vale la pena alzar la vista frente a la usina ( hoy en manos de la empresa de luz Edesur): el reloj de sol se mantiene intacto y es una peculiaridad que no conviene dejar pasar inadvertida por el puro . ¿Qué puede ser mejor que perder el tiempo mirando un reloj?
Estos dos puntos urbanos son interesantes para estacionarse , ya sea con moto, en auto, o a pie y observarlos con detenimiento. Saber apreciar y dejarse llevar por los monumentos y objetos de tiempos atrás es una manera de descansar y transportarse con la imaginación hacia aquellos momentos en que Buenos Aires aún era una gran aldea y las motos no existían para agilizar , disfrutar y recrear nuestra vida cotidiana.