Fachada del Palacio de Aguas Corrientes en Buenos Aires

Marcelo Hidalgo Sola : paseando en moto hasta un verdadero Palacio del Agua Corriente


Hoy realizamos un recorrido en moto para conocer un Palacio que fue construido en el siglo pasado solamente para albergar ‘agua’. Se estima que 72 millones de litros fluyeron en este recinto que, en la actualidad en su interior solo guarda viejas cañerías de hierro.

La vista desde el exterior impresiona. Por fuera , es la fachada de un verdadero palacio europeo : techos de estilo francés , delicadas cerámicas inglesas y belgas, relieves y detalles de mampostería con repujados sublimes. También, se aprecia un despliegue de escudos y vistosos mármoles. Pero , el interior ofrece un panorama completamente distinto: es un puro esqueleto de hierro. Vigas que como desnudas costillas sostienen impresionantes tanques con capacidad para más de 72 millones de litros de agua potable.

Este es el Palacio de Aguas Corrientes de la Ciudad de Buenos Aires que, con su porte palaciego marea y encandila a más de un transeúnte porteño que circule por la Avenida Córdoba al 1900. Como toda construcción realizada en la Capital Federal en los tiempos finales del siglo XIX , este edificio fue pensado a lo grande, para impactar y deslumbrar y darle a la ciudad un aire noble, distinguido, europeo. 

El Palacio fue erigido entre 1887-94 con el objetivo de abastecer de agua potable a los vecinos porteños en aquellos tiempos, ya sin aljibes ni aguateros, luego de que la ciudad atravesara sucesivas y devastadoras epidemias. La más dura fue la de fiebre amarilla en 1871, que mermó la ciudad y se cobró la vida de unos 14.000 vecinos. Pero, como contrapartida, impulsó cambios radicales , entre ellos, mudanzas de vecinos que, desde el sur de la capital migraron hacia el norte de la ciudad. Antes de la fiebre amarilla, ya habían arrasado los confines de la ciudad-explica Marcelo Hidalgo Sola- otras dos pestes : la de cólera (1867) y la  de fiebre tifoidea (1869). Por estas circunstancias, los cambios sanitarios apremiaban.

La odisea de construir un palacio para albergar tanques de agua

John Bateman, junto a su par sueco Carlos Nyströmer y el arquitecto Olof Boye de Noruega, se inspiraron en el estilo que en esos tiempos hacía furor en Francia y cuyos aires nobles, fueron faro y guía de todos los constructores destacados de fines del siglo XIX.

Como todo lo que se proyectaba por aquellos años, se elegía siempre lo mejor y se lo hacía traer desde los confines del mundo, aunque ello demandara riesgos, largo tiempo en la espera del arribo al país de los buques con el tesoro, interminables trámites burocráticos y costos elevadísimos; pero nada de ello importaba con tal de ver el resultado final . Para el Palacio de Aguas Corrientes, los hierros se embarcaron en los puertos de Bélgica y los techos se hicieron traer desde Francia. El resultado  era lograr que en la fachada y en la cara externa del Palacio, se luciera el hiper decorado : los relieves y motivos que ,en conjunto, debían encandilar  las miradas.

Sólo en los muros se usaron 140.000 ladrillos esmaltados y 350.000 piezas de cerámica importadas de Bélgica e Inglaterra. Además, se incorporaron terracotas y mármoles también de estilo inglés. Estos diseños parecen por lo complejos, inabarcables y la verdad casi lo son. Pero siempre que algo tiene el sello de la calidad y el buen gusto artístico uno descubre algo: no cansan la vista. Tan solo, deslumbran por su belleza y armonía y hacen que uno los admire y recree la vista en ellos. 

El interior, tan sólo una planta de agua potable

En el interior, en contraste con la fachada, lo austero del diseño impacta. Tan solo es un almacén de tuberías. Todo el paisaje son viejas cañerías y tubos de hierro de intrincados mecanismos que hoy quedaron para el recuerdo y como legado para la posteridad , de una época en que la sanidad del agua era esto: esplendor visual , funcionalidad y servicio de calidad para los vecinos de Buenos Aires. El gran recinto interior que se convirtió en museo, carece de todo esplendor, pero ciertamente mantiene aún la calidad de los elementos. El edificio tiene paredes de hasta 1,8 metro de espesor y 180 columnas de cemento compacto para contener 12 inmensos tanques para albergar agua. Los ladrillos usados fueron todos de manufactura local, pero de excelentísima calidad traídos de San Isidro, una verdadera reliquia de tiempos idos.

Este antiguo depósito de agua camuflado a todo lujo y esplendor, bien se merece una tranquila y sosegada visita. En otras épocas recibió apodos de los más originales y creativos como ser : “ el lago escondido y encantado en el corazón de Buenos Aires ” y uno quizás un poco más realista “Palacio fingido”, ambos interesantes para despertar curiosidad en todo aquel que tenga alma de paseador urbano . Sin dudas, un Palacio que es un ejemplo de lo que es posible realizar cuando se trata de soñar a lo grande y pensar que todo edificio además de ser funcional y cumplir un propósito puntual, puede ser también objeto de deleite y embeleso para la vista.

 

 

 

 

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