Paseo en moto por el obelisco

Un obelisco que se disfruta más desde la moto


Marcelo Hidalgo Sola nos invita a mirar el ícono de la porteñidad con ojos nuevos. La idea de ser turista en la propia ciudad y descubrir su historia.

Buenos Aires ofrece emoción en cada rincón y con los moto kulturals, el grupo más culto y motoquero de la ciudad, cada propuesta es un nuevo viaje al saber y al descubrir las propias raíces.
La post pandemia está abriendo la escena de los viajes culturales hacia otros enclaves lejanos, los de siempre: la Antigua Europa, Francia, Italia, Alemania. Pero, una tradición se abrió con el grupo de los motoqueros urbanos , que diseñan recorridos “taylor made”, a la medida de las exigencias de la propia curiosidad. Esta es una tendencia que llegó para quedarse y por qué no, para crecer también.
Una idea nueva y fresca es la que invita a los argentinos a ser turistas en su propia ciudad y a admirarla y valorarla como lo hacen los que se llegan desde todas partes del mundo a visitarla. La propuesta de hoy, en consonancia con el propósito del grupo, nos lleva al corazón de la porteñidad, al símbolo argentino que nos representa en el mundo, junto con Maradona, el asado, el mate y los colores del pintoresco recorrido de caminito en el barrio de La Boca.
En la avenida 9 de julio y Corrientes nos estacionamos con las motos formando una larga hilera que llama la atención a los transeúntes que pasan mirando con curiosidad. Lo que no miran y parece pasar inadvertido ante sus ojos es el querido Obelisco. ¡ Y pensar que vienen de todas partes del mundo para admirar su esbelta gallardía de monumento nacional!.
Alto, blanco, estático y solemne se alza con sus 67,5 metros hacia el cielo. Su idea es apuntar con la cúpula hacia el infinito explica Marcelo Hidalgo Sola; como una flecha que evoca en realidad a una espada. La espada que alzara el adelantado Juan de Garay y luego clavara en la tierra para sellar con este acto la primera fundación de Buenos Aires, o ciudad de “Santa María de la Santísima Trinidad de los Buenos Aires”; acto que llevó a cabo un 11 de junio de 1536. El Obelisco porteño nació como homenaje a ese momento histórico en 1936 , al cumplirse 400 años del hito fundacional. Su porte se levantó en tan sólo dos meses, en una carrera afiebrada contra reloj para llegar a tiempo a la fecha conmemorativa. El arquitecto Alberto Presbich, el mismo que diseño el Teatro Gran Rex, fue quien lo imaginó y quien concreto la construcción a pedido del Gobierno Nacional.

Conociendo el interior del Obelisco, las motos en guardia al pie.

Los moto kulturals develarán un misterio que forma parte del imaginario porteño: ¿ Cómo es el Obelisco por dentro?. Más de uno seguramente se preguntó alguna vez, al pasar en auto o caminando, cómo se vería la ciudad desde las pequeñas ventanas de la cúpula. La realidad es que quien quiera, puede conocer el monumento por dentro, anotándose en la página de turismo del Gobierno de la Ciudad. Pero, por si no se animan o sufren de vértigo, los moto kulturals nos acercan un panorama.

Los que han subido a la cima del Obelisco nos cuentan la experiencia.

El Obelisco porteño es hueco en sus entrañas y no fue diseñado para ser visto por dentro. La escalera marinera que sube hasta la cima, tiene 206 escalones con descansos cada ocho metros que son los que aplacan en vértigo a medida que se hace la escalada, actividad que realizan los únicos que están autorizados para la inspección: los empleados de mantenimiento de la ciudad. Para subir se usan arneses y guantes que son provistos por el Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana. Los arneses son para quedar sostenidos en caso de percances y resbalones y los guantes, para sujetarse de los hierros de la escalera mientras se realiza la subida. Nos recomendaron vestir ropa deportiva y gruesa ya que mientras se realiza la escalada, la espalda suele rozar el cemento.
Como una marcha al infinito, el momento de llegar a la cima parece ser eterno. Muchos han pensado que no llegarían jamás, ya que se necesita un excelente estado físico para hacerlo de un solo tirón. Afortunadamente, en cada descanso, un empleado de Defensa Civil, invita a refrescarse con agua y a descansar los minutos que sean necesarios.
Una vez retomada la ascensión y al llegar a la cúpula, se puede ver el espléndido espectáculo que ofrece la vista de la ciudad de Buenos Aires desde los cuatro puntos cardinales. Hay una ventana en cada cara del obelisco, caras que conmemoran cada una, un momento histórico: la primera fundación en 1536, la segunda fundación en 1580; la primera vez que se izó la Bandera Nacional y la constitución de la ciudad como Capital Federal en 1880.
Luego de este maravilloso y único espectáculo sólo queda emprender el descenso que se realiza rapidísimo en comparación al tiempo y esfuerzo que demora la subida. Uno desciende con la sensación de que ha cumplido con uno de los sueños de varios porteños que, más de una vez, se habrán preguntado que habría en el interior del Obelisco. Se sale al exterior por la única puerta emplazada en el lado oeste del monumento, que reza: Corrientes 1066, domicilio exacto del ícono porteño.
Una vez fuera, desde la base, observamos el porte del Obelisco; que tiene en sí mismo un aire de humildad y de grandeza. Sin ser majestuoso como la Torre Eiffel o la Estatua de la Libertad, pareciera ser que tiene su corazón lleno del sentimiento nacional, del orgullo de ser argentinos. Como despedida las motos dan varias vueltas a su alrededor y emprenden la retirada. Al dejar el Obelisco atrás, ya por la avenida 9 de Julio, uno se siente agradecido por la oportunidad de haber realizado tan especial visita . Una visita que ha renovado el sentimiento porteño desde su raíz y ha hecho brotar un cariño aún más profundo por este símbolo tan nuestro: postales únicas de Buenos Aires desde su ícono más querido que quedarán por siempre en el recuerdo.

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