Un paseo en moto para conocer el mural de Frida Kahlo en Palermo.


Marcelo Hidalgo Sola nos lleva en moto a conocer el mural de Frida Kahlo en Palermo. Una obra que por sus dimensiones y colorido se ha convertido en un ícono del Street Art porteño. 

En los últimos años Palermo ha sumado una importante cuota de arte a sus calles. Un detalle muy valorado que sigue conquistando adeptos a su particular movida urbana, mezcla de hippie glam con bares, locales y circuitos culturales y gastronómicos que acompañan el devenir de su gente. 

 

Pero lo cierto, es que de entre todos sus rincones exquisitos , algunos se llevan todas las miradas como es el caso de la perla del street art porteño que da que hablar a locales y turistas : el mural de Frida Khalo.

 

Ubicado en Dorrego al 1600, el mural muestra a la artista mexicana Frida Khalo con su típico peinado de india tehuana: pelo recogido y un bouquet de delicadas rosas a modo de corona. Sus cejas negras y tupidas, y sus labios de rojo carmesí completan la imagen familiar que todos conocemos de la pintora. Sin embargo, la obra en este caso particular, parece hacer un guiño al universo femenino, adolescente y juvenil. 

 

Por el modo en que Frida luce , se diría que es del estilo de cualquier muchacha de hoy: unos jeans a la moda, remera anudada a la altura de la cintura y, con un gesto de rebeldía parece desafiar al que la mira con un cigarrillo entre los dedos de su mano derecha. El fondo del mural, en la gama del celeste pastel con detalles florales en rosas, verdes y lilas, resaltan y acompañan el diseño y destacan alegremente la figura de Frida por el contraste de matices y la combinación de colores. 

Un mural barrial y un legado artístico único

 

Lo interesante del mural es el mensaje -explica Marcelo Hidalgo Sola- de la artista , la vigencia de un legado que no deja de despertar admiración: el de convertir el dolor en arte. Frida, una mujer provocadora como pocas, se inició en el mundo del arte por accidente y debido a un accidente que le trastocó el destino para siempre. Siendo adolescente, fue atropellada por un tranvía y tuvo que sobrevivir desde ese momento, día tras día, durante largos y eternos 54 años, con su dolor a cuestas. 

 

Desde ese instante fatídico que no la llevó a la muerte pero la hizo artista, Frida comenzaría una lenta carrera hacia la gesta de un arte único y sensible, con el solo objetivo de convertir el tedio y el dolor en arte , en belleza. En su autobiografía se cuenta que Frida no sabía qué hacer con sí misma en esos largos meses que la postraron en el lecho,hasta que un día le regalaron unas acuarelas que le cambiaron el rumbo a su vida. 

 

Frida comenzó a pintarse a sí misma porque su imagen era lo que mejor conocía y lo que tenía más a mano . Y, de tanto insistir en su aventura, logró reflejar en la tela su propio mundo interior. Sus ojos se convirtieron así en una acuarela de su mundo recóndito, sus miradas a veces melancólicas, tristes o sufrientes, van pasando como tenues nubes en el cielo de sus cuadros, porque el motivo de su arte ha sido siempre el mismo: rescatarse a sí misma de todos los accidentes y naufragios personales. Este amplio sendero que Frida conocía a la perfección, incluía un abanico de dolores terribles y constantes en su espalda, imposibilidad de tener un hijo, su divorcio de Diego Rivera, soledades , infidelidades ,fracasos amorosos y luego , la amputación final de su pierna accidentada que la dejó postrada en una silla de ruedas. 

 

Una imágen que desafía al mundo convencional

 

La pose provocativa de la Frida del mural, invita a interesarse por la figura, la obra y personalidad de una artista revolucionaria en su época. Frida, fue pionera en casi todo y se adelantó a su tiempo unas cuantas décadas como todo personaje de vanguardia auténtico. Fue una luchadora acérrima por la igualdad de los derechos femeninos en la ultra machista sociedad mexicana de principios de siglo XX y también , junto a su esposo Diego Rivera defendieron los derechos indígenas . Ambos pintores, Diego y Frida , en sus obras reivindicaron y exaltaron cada aspecto de la cultura maya, poniendo en relieve un mundo de valores que se buscaba relegar .

 

De hecho, Frida celebró con sus atuendos todas y cada una de las tradiciones mexicanas. Le gustaba lucir como una típica princesa tehuana y muchos niños a su paso preguntaban ¿dónde está el circo? . Su tupida colección de aros, anillos, cintas de colores, encajes y puntillas eran parte de su vestuario cotidiano, casi teatral, con el que Frida honraba la alegría de vivir y sus raíces mexicanas. 

 

Ya estando en su lecho de muerte y aliviando sus dolores con inyecciones de morfina, seguía esforzándose por pintar los motivos que más alegraban su espíritu. Tanto se esmeró, que esperando el trance final pintó su último cuadro, una naturaleza muerta, en la que se destacan unas sandías esplendorosas y vibrantes que mostraban una fruta plena y madura, debajo Frida, con un trazo vacilante pero legible, en grandes letras redondas, dejó su mensaje más contundente y personal que cerraría su paso por el mundo: en grandes letras escribió a modo de despedida “Viva La Vida”.

 

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