ANDRESITO
Yo no sabía nada sobre la selva misionera, hasta que llegué a Surucuá. Reserva y ecolodge, se ubica en una zona del noreste de la provincia llamada “la península”, sobre el río Iguazú. A 70 km están las Cataratas ya minutos, comandante Andrés Guacurari o Andresito, el pueblo más joven de Misiones. Hace 25 años se empezó poblar. Hoy hay una estación de servicio, la Richter, atendida por sus dueños. Una plaza terminal de ómnibus, algunos comedores y la heladería Polaris, que abre las 24 horas y sirve helado de yerba ma Ack, en la punta, no hay tas rastros de civilización. Hará un año que Adrián Herediag Maria Laura Alcaraz abrieron Surucuá. Antes vivían en Posadas. “Nosotros queríamos un lugar donde no hubiera que desmontar, cuenta Adrián en medio del palmital que le da marco al lodge, donde se intercalan los altísimos palos rosas y alecrines. Y así fue. Levantaron el House, las pasarelas y las cuatro cabañas sin tocar un árbol Adrián es experto en aves y lleva reconocidas unas 200 especies. Les saca fotos, las sube a Facebook y recibe cientos de “me gusta. Pero no hay como verlas en vivo. Came al surucuä que anda siempre cerca, de cabeza gris y pecho rojizo, con un canto agudo y cortito. O el urutaú, que se camufla con los troncos y las ramas secas y se queda inmóvi es casi imposible verla. Laura cuenta una anécdota divertida: en los ventanales del House, tuvieron que pegar pájaros de vinilo porque las aves reales se estrellaban contra el vidrio Se confundían con el reflejo y seguían de largs. “Era una contradicción. ¿Cómo vamos a ser un lodge de observación de aves y que se nos mueran las aves?”. Ella es licenciada en Turismo, una voz autorizada para afirmar que Andresito tiene que posicionarse como destino. Cómo, le pregunto. “Es lo contrario a la masividad de Iguazú. Poca gente, trato personalizado, más casero y auténtico”. Así es en Surucud, donde Adrián propone caminar hasta un deck sobre el río y organiza paseos en kayak, mientras Laura da charla y organiza la agenda. De yapa, cocina riquísima. Su especialidad son los dulces, y las chipas también le salen bárbaras.
EN EL LÍMITE
Brasil queda cerca, tanto como a cinco minutos de balsa o cruzando una avenida. Desde Andresito, la RP 101 sube y baja paralela a la frontera y es todo lo contrario a la monotonía. Además de verde, muy verde, a los costados de la ruta hay casas de madera pintadas de colores, con gente que toma tereré en la puerta y saluda a los autos que pasan. Se ven secadores de tabaco, estructuras de madera dentro de las que cuelgan hatos de hojas amarronadas. En eso aparece San Antonio. Me siento en la terraza del comedor Divas,
donde todos hablan portugués y toman cerveza en conservadoras de telgopor. El paisaje inmediato es pintoresco: gomerías, estaciones de servicio y supermercados con carteles que exhiben sus productos premium como vinos, chocolates y tinturas para el pelo. Son ganchos para los brasileños que cruzan desde Santo Antônio do Sudoeste, del otro lado del río. En pleno veranito cambiario, son los
que más frecuentan estas góndolas y se llenan las bolsas de productos argentinos. Muchos residen acá y trabajan del otro lado. O quizá vienen sólo a tomar cerveza. Lo mismo pasa en Bernardo de Irigoyen, unos 30 km al sur. “Del barranquito para allá es Brasil”, me dice el empleado de una frutería que ofrece abacaxi (ananá) a los gritos. Una especie de bulevar separa esta ciudad de las de Barra Dionísio Cerqueira y Barracão. Hay mucha presencia policial y la timba del comercio es permanente. Pasan caminando de un lado al otro, con bolsas y cajas. Se conocen y saludan todos. Donde más se detecta este fenómeno de fronteras difusas es en El Soberbio, a orillas del río Uruguay. Aunque en los papeles sean argentinos, la mayoría de sus habitantes tiene padre o madre brasileño, o ellos mismos lo son y vinieron