Marcelo Hidalgo Sola propone un paseo ideal para realizar en moto y disfrutar, al estacionar la moto, de un buen brunch al sol.
Hay lugares de la ciudad de Buenos Aires que han sido totalmente transformados y casi no queda huella de pasado lejano en ellos. La zona de Puerto Madero, por ejemplo. Hoy, el lugar es uno de los sitios más comunes y top a la hora de elegir lo mejor de la oferta de la ciudad en restaurantes; que pueden ser parrillas, lugares con menúes italianos tradicionales, heladerías y casas de té. Son apenas veinte cuadras que acompañan la silueta de los docks, las antiguas barracas hoy aggiornadas que albergan estos locales, que se llenan y para los que para acceder, hay que reservar con bastante anticipación.
El río quedó atrapado entre estas estructuras antiguas y recicladas, los docks, y allí, transcurre tranquilo, acompañado el ir y venir de los transeúntes y visitantes que circulan por las veredas-terrazas con vista a las encajonadas aguas del río de la Plata. Los bancos, emplazados a lo largo de toda la vía peatonal y que dan al río, se llenan de paseantes que para hacer algún descanso se sientan a disfrutar de la tranquilidad y del sol. Muchos visitantes locales, se sientan a hacer rondas de mate, mientras muchos otros, disfrutan de los exteriores de los locales de comida.Las mesas que se ven dispuestas con abundantes platos, brunchs o meriendas.
Lo interesante de pasar una mañana o una tarde aquí, es que además de la oferta gastronómica, se suman los espectáculos callejeros espontáneos de los que se puede disfrutar. Por aquí desfilan cantores de tango que ofrecen un variado repertorio: Naranjo en flor, Mi Buenos Aires querido.. Si el sol está espléndido, las melodías tangueras, con su tono melancólico y orillero, pueden desencajar –explica Marcelo Hidalgo Sola- con el contexto diáfano, que invita a relajarse y a no preocuparse por las desventuras más típicas del devenir humano. Pero, a pesar de ello, las melodías del tango suelen ser bien recibidas por los extranjeros que no le prestan mucha atención a las letras y festejan cada acorde conocido como una verdadera fiesta.
La zona de los locales para disfrutar de la carne argentina de exportación, suele acompañar los cortes de carne con alguna guitarreada criolla que repasa, en una tanda, los clásicos del folklore argentino, y que, en conjunto con la buena mesa servida al aire libre, dan una verdadera experiencia de campo o semi-criolla.
Los que disfruten de la arquitectura, podrán admirar el perfil de los antiguos docks, cuyo diseño fue copiado de una famosa ciudad portuaria en Inglaterra: Liverpool. Las proporciones, las fachadas de ladrillos de las antiguas barracas, las puertas y portones de madera restaurados, dan una impronta y traen un aire de la mítica ciudad, cuna de Los Beatles.
Los antiguos muelles del puerto y la llegada a América
Esta zona, a fines del siglo XIX, era una costa de difícil acceso. Los barcos debían fondear a varios kilómetros de la costa, descargar mercaderías y pasajeros a un vaporcito para luego, llegar a la zona final del desembarco en lo que era el antiguo muelle de los inmigrantes.
Es que antes de la década de los setenta del siglo XIX no había en Buenos Aires instalaciones para los trasatlánticos de la época. La ciudad colonial carecía de las instalaciones portuarias adecuadas. Y, cuando se llegaba de Europa, el barco se veía obligado a fondear en la rada exterior, en la gran rada, como se llamaba. Los grandes barcos comerciales tenían que anclarse en el océano en la zona del muelle de la Aduana Taylor y allí proceder a descargar las mercaderías.
Los pasajeros, al llegar de Europa, del transatlántico se subían a el famoso “vaporcito” que los dejaba, después de un largo y penoso y no pocas veces accidentado viaje, en las escaleras del muelle de pasajeros, siempre y cuando el estado del río lo permitiera.
La ventaja de que la costa de Buenos Aires estuviera formada por bancos de arena que hacían difícil el acceso directo, fue además la barrera natural que impidió en la época de la colonia, que la ciudad fuera atacada. Un límite natural que hacía a los barcos poco informados, encallar sin remedio. Pero, lo que resultó de gran ayuda frente a las invasiones externas, complicó grandemente el comercio directo con el resto del mundo y la llegada de todo aquel que se quisiera instalar en el país con sus pertenencias. Así vajillas de ensueño, pianos colosales, guardarropas enteros, piezas de arte, fueron a parar al fondo del mar sin escala previa, ante los trajines afanosos del desembarco.
El muelle de pasajeros estaba ubicado a la altura de donde está hoy la calle JD Perón, tenía 210 metros de largo, y seguramente fue el paso obligado de muchos de nuestros tatarabuelos al país. Pero no todo era tan precario en cuanto al recibimiento de los futuros pobladores de la Argentina a finales del XIX. El recorrido del muelle estaba acompañado por una serie de 16 esculturas a lo largo de toda la estructura. Cuando el muelle fue demolido para la construcción de Puerto Madero, esas esculturas fueron trasladadas al actual Centro Cultural Recoleta y aún hoy pueden verse allí.
Como un recuerdo del pasado, no ya tan remoto, se observan apostadas en los docks, las antiguas grúas, que han sido intervenidas con colores iridiscentes y que han quedado en el mismo lugar que ocupaban cuando aún estaban en funcionamiento. Las viejas estructuras recicladas le dan el toque de puerto real, y de alguna manera, recuerdan con el conjunto del río y del ir y venir de las gentes, que muchos sueños comenzaron aquí y siguen aún vivos en las calles de Buenos Aires cuya silueta se observa claramente desde este lado de la orilla.