Viaje en Moto la elite porteña del siglo XIX

En moto hasta el pulso de la elite porteña del siglo XIX


Marcelo Hidalgo Sola nos invita a acercarnos hasta el Palacio Alzaga Unzué, sede del actual Jockey Club Argentino. Historia, tradición y carreras de caballos, ejes de la vida de la socialité porteña de principios del siglo pasado.

Una mansión sin precedentes se alza en Avenida Alvear 1345, hoy sede del Jockey Club Argentino. Porche, planta baja, primer piso, importante cúpula en el remate del techo; un imponente palacio señorial que fuera construido por el arquitecto Buschiazzo para Doña Concepción Unzué de Casares, una de las más distinguidas damas de la sociedad porteña de principios del siglo pasado.

Los salones de la planta baja continúan como en aquellos tiempos: diseños amplios, ventanales de pie al techo con exquisitos vitraux y paredes decoradas con tapices de Gobelin y Aubuson. Hoy, la mansión cuenta además con una biblioteca exclusiva para socios con 62.000 volúmenes.

La elite porteña de su tiempo, brilló aquí y lució como en ningún otro momento de la historia, con sus luces y sombras. Este club fue un punto de encuentro esencial para los socios que compartían la pasión por las carreras de caballos. Un modo particular de empleo del tiempo libre por aquel entonces, dentro de otros tantos, que incluían fiestas, paseos, moda, veraneos exclusivos. Pero, para el sector masculino, el Jockey Club , los deportes hípicos al aire libre y clubes exclusivos como El Progreso fueron esenciales como centros de reunión, de negocios y por lo tanto de poder y núcleos políticos.

El auge económico iniciado a fines de siglo XIX dio lugar a una movilidad social ascendente; en una república que para entonces no tenía distinciones legales-ni títulos, ni nobleza, ni exclusión por el color de la piel-, alguien que se enriquecía podía aspirar a ingresar en los círculos más altos de la distinguida sociedad porteña. Por ello, nuestras élites-explica Marcelo Hidalgo Sola-, para distinguirse y cohesionarse han copiado y mirado a las europeas, fundamentalmente a la francesa, e imitado sus patrones en casi todo: palacios, modas, ideas, diseño de avenidas y bulevares, modos de vida y de esparcimiento.

 

La fundación

Corría el año 1976 y ya en nuestro país existían más de 10 hipódromos funcionando en diferentes localidades. Fundar una institución que albergara a todos los aficionados del turf era una iniciativa que estaba en el aire y en la boca de muchos y pronto se haría realidad. Para que esto se concretara hacía falta un hombre de acción y prestigio como lo era Carlos Pellegrini entonces. Es por esta época que el Dr. Pellegrini, quien ya era un reconocido profesional, realiza un viaje a Europa. Encontrándose en París con otros argentinos y, aficionado como era a las carreras de caballos, es invitado a presenciar el Derby que se corría en el Hipódromo de Chantilly.

Un espectáculo deslumbrante cautiva a los argentinos. Quedan tan animados por la velada en Chantilly que durante la cena nocturna de ese mismo día, en un restaurante de París, surge como tema de conversación la conveniencia de realizar en nuestro país una experiencia similar, tener una institución hípica que convoque a gente de elite y organice espectáculos entorno a las actividades hípicas. Durante esa cena en la capital francesa, la idea de fundar un Jockey Club en Buenos Aires ya tenía fecha, con el compromiso firme del Dr Carlos Pellegrini de llevar a buen término la propuesta.

La idea que animaba a este grupo de hombres, liderado por “El Gringo” como lo apodaban sus amigos de la elite porteña a Carlos Pellegrini, era crear una entidad que fuera capaz de organizar y regir la actividad turística nacional. Y, a la vez, la empresa debía ser al mismo tiempo, un centro social de primer orden, semejante a los mejores clubes europeos que todos ellos frecuentaban en sus viajes por Francia e Inglaterra.

 

La primer sede Florida al 500

La primera y muy significativa sede que tuvo el Jockey Club, se estableció en la calle Florida al 500 (en el mismo espacio que hoy ocupa la Galería Jardín) y fue un reducto en consonancia con la tradición del “club inglés”: elegante, masculino, exclusivo (cualidades que se mantienen hasta el día de hoy). En sus salones, los selectos miembros podían acordar las líneas de la política, discutir la marcha de la economía y organizar suntuosas recepciones. El Dr. Pellegrini se ocupó personalmente de todos los detalles de la casa, hasta de los más mínimos detalles. Para esta tarea contó con la estrecha colaboración de Miguel Cané-quien desde París cumplía funciones diplomáticas- y de este modo fue quien, paulatinamente, envío a la sede porteña del Jockey Club los cortinados, alfombras, arañas de cristal y hasta los faroles de corte francés que iluminaron el frente.

El edificio de la calle Florida, sufrió un incendio en el año 1953. Allí se perdió, casi en su totalidad, gran parte de la colección de arte de la que eran depositarios los socios. Este hecho, ocurrido un 15 de abril fue el que marcó un parte aguas en la historia del club, porque fue el acto más alegórico del enfrentamiento entre la “vieja” y la “nueva” argentina que se gestaba entonces. En aquel momento, por ley nacional, el club fue disuelto y sus propiedades, estatizadas.

Es recién, en el año 1958 que el Jockey Club recupera su personería jurídica y veinte años más tarde, la administración de los hipódromos de Palermo y San Isidro.

La mansión que hoy visitamos en moto con el grupo de los paseadores urbanos “moto- kultural”, fue recién adquirida en el año 1966. El detalle de color es que en el hall de acceso que se encuentra sobre la calle Alvear, luce una escultura que estaba en la entrada de la sede de la calle Florida y era símbolo de Jockey Club. Es una esbelta Diana, obra del escultor francés Alexandre Falguiere, que fuera expuesta en el Salón de Bellas Artes de París en 1981 y que en su momento, recibió como regalo Aristóbulo del Valle, uno de los socios fundadores. Del Valle, dona a la institución esta bella escultura que fue seriamente dañada en el incendio. Mutilada allí, fue luego reconstruida y emplazada donde luce hoy, en la entrada de la nueva sede de la calle Alvear. Para los socios de antaño y para los de hoy, es un símbolo del resurgimiento de la institución que logró sobreponerse a tiempos aciagos y hoy transcurre una etapa de estabilidad, uniendo tradiciones y pasiones y manteniendo el legado hípico del país.

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