Ignacio Sáenz Valiente nos acompaña a dar un paseo por una zona exquisita de la ciudad de Buenos Aires donde se ubica la Plaza Pellegrini. Zona distinguida , coqueta y con mucha historia.
¿Quién no añora de vez en cuando pasear por París y que no salga tan caro?. En épocas de pandemia en donde prevalece la creatividad frente a cualquier obstáculo, pasear por Buenos Aires para desestresarse y divertirse , puede ser una oportunidad para imaginar también que uno está en la ciudad más bella de la vieja Europa. Porque si uno quiere, se sube a la moto con un guía experto o amateur, pero que sepa bien los secretos de la ciudad, y en unos pocos minutos le parecerá que está estacionando su vehículo de dos ruedas en el medio de París. Esto ocurre no porque la imaginación se le haya trastocado sino porque la Avenida Alvear es un calco exacto, casi gemelo de las calles de París. La otra opción es la Avenida de Mayo, pero se luce menos que donde nos estacionamos hoy porque está encajonada en el medio de la City Porteña y sólo se aprecia si uno levanta la mirada, cosa que los porteños no hacen por justamente , estar más metidos en las cosas de las finanzas y , por lo cual, su encanto pasa desapercibido.
La plaza Carlos Pellegrini es un espacio que despliega la belleza parisina que tiene Buenos Aires porque sus alrededores están despejados. Un monumento se levanta sobre la calle Libertad , y de fondo , se observan cómo se alinean las antiguas residencias , que hoy constituyen edificios de renta, mayormente utilizados como oficinas .
El monumento que corona la Plaza está dedicado a quien también lleva su nombre: Carlos Pellegrini. La plaza que da inicio a la Avenida Alvear , explica Ignacio Sáenz Valiente– es embellecida por esta obra de Jules Félix Coutan. El conjunto, en mármol y bronce, muestra a Pellegrini sentado, aunque en una pose poco frecuente: la pierna derecha echada hacia atrás y la izquierda afirmada como para dar un salto; el brazo derecho se extiende en un gesto energético hacia adelante; su mano izquierda sostiene una bandera argentina. No es usual la búsqueda de tanto dinamismo y energía en una figura sedente. A su espalda se yergue la imagen de la República, que sostiene el Escudo nacional y un haz de varas, tampoco un elemento habitual en este tipo de representaciones en nuestro país. Dicen los entendidos que se lo debe interpretar como símbolo de unidad pero no debemos olvidar que se trata de los fasci que en la Antigua Roma señalaban la autoridad y el poder punitivo del Estado. La inauguración de esta obra fue en el año 1914, cuando ya se había aprobado la reforma electoral de 1912, y se abría una nueva etapa en la historia institucional de nuestro país.
La moto frente a una esquina muy francesa
Si nos dirigimos con la moto hasta el final de la Avenida Alvear, vemos que está coronada con un bellísimo cierre: El Palacio Ortiz Basualdo. El entonces palacio es hoy la Embajada de Francia. Su construcción data del año 1912 , y fue encargada al arquitecto francés Paul Pater por el distinguido matrimonio de sociedad porteña de aquellos años :Daniel Ortiz Basualdo y Mercedes Zapiola. En el mientras tanto de su construcción , estalló la primera Gran Guerra , año 1914 y las obras se vieron postergadas por decisión del propio Ortiz Basualdo. En un acto de heroísmo, paró la obra y viajó a Francia para unirse a el ejército y luchar en la conflagración codo a codo con el ejército francés. A su regreso, se retomó la construcción y su inauguración permitió a sus dueños liderar la socialité porteña. Disfrutar de un selectísimo y reducido grupo de pares , en un lugar que nada envidiaba a lo mejor de la clase alta europea. Allí se pasaban las veladas al son de orquestas musicales, con el mejor champagne y caviar, entre los que desfilaban los intelectuales y hombres de negocios más importantes de la Argentina. El común de los mortales sólo podía acceder a estos lujosos interiores mediante las fotografías que los medios más selectos difundían en sus publicaciones en ocasión de algún evento de gran importancia: visitantes extranjeros, diplomáticos, hombres de negocios, intelectuales y artistas de las más afamadas vanguardias europeas. El momento cúlmen de la historia social del Palacio, fue la velada de recepción en 1925, del heredero al trono de Windsor, el príncipe Eduardo de Inglaterra. El matrimonio argentino puso a entera disposición del Príncipe de Gales y su comitiva las instalaciones del palacio, lo cual significó albergar durante dos semanas a más de 25 personas. Dice la crónica de aquellos tiempos, que el futuro rey quedó tan impresionado por la belleza del palacio y del diseño de sus interiores que luego, al convertirse en rey, ordenó que se contrataran a las misma firmas encargadas del diseño del de los Basualdo, para que decoraran un sector del afamado Palacio de Buckingham.
La República de Francia adquirió el Palacio Ortiz Basualdo en 1939, sin sospechar que en la década del 70’, las obras de extensión de la Avenida 9 de Julio le dictarían al Palacio su sentencia de muerte. El progreso quería llevarse por delante este magnífico Palacio, memoria del esplendor de la Argentina agroexportadora, tiempos en donde se creyó tocar el cielo con las manos al pensar que el progreso era un camino indefinido en cuya senda se transitaba para toda la eternidad. Luego que despertó del sueño de la Belle Epóque argentina ,el Palacio quedó vacío como una cáscara de nuez, el antiguo esplendor reducido a un conjunto opacado por la falta de mantenimiento, bajo una nube de polvo digna del mejor de los olvidos. Afortunadamente, un grupo de vecinos y miembros del gobierno francés reaccionaron a tiempo y lograron salvarlo de las garras del progreso. Hoy sobrevive su estructura gracias a que se alquila como espacio de oficinas para hacer realidad el sueño de distinguidos hombres de negocios porteños.