Calesita de Don Luis, un símbolo de la infancia y la nostalgia

De motos , paseos y calesitas de infancia


Marcelo Hidalgo Sola invita a recorrer en moto los paisajes sagrados de la infancia.Un paseo que implica volver a esos sitios donde uno pasó momentos inolvidables de niño; un pasaje directo a la nostalgia que invita a abrir el arcón de los recuerdos más preciados y subirse a dar un paseo en la histórica calesita de don Luis.

Muchos paseos en moto son más significativos que otros. Sobre todo si ellos nos llevan irremediablemente a los rincones sagrados de la infancia para rememorar vueltas en calesita, sortijas y copos de algodón de azúcar. Por ello, arrancar un paseo en moto para recordar las horas compartidas con amigos y primos corriendo en un parque o dando vueltas en la calesita del barrio , es una excelente ocasión para hacer memoria agradecida por todos aquellos momentos vividos.

Subido a la moto, recuerdo claramente el camino que hacía en auto desde la casa de mis primos hasta la calesita del viejo Luis. Hoy la calesita, aún está ubicada en la misma esquina, en la intersección de Ramón Falcón y Miralla, justo en esa ochava rodeada de casas bajas con tupidas arboledas. La geografía circundante cambió poco y nada desde aquellos años de la infancia; aún conserva esa impronta cien por ciento barrial y entre las casas bajas, emociona ver a la vieja calesita de los años dorados de la niñez.

Imposible además no verla, es lo único que sobresale por encima del muro de ladrillo pintado en la pintoresca esquina con forma de ochava. Es la calesita de don Luis, hija de un hombre que dedicó su vida a hacer felices a los niños. En su homenaje, cada 4 de noviembre fecha de su nacimiento, se celebra en el país el Día del Calesitero.

La historia de una calesita muy especial 

Durante décadas, Don Luis -cuenta Marcelo Hidalgo Sola- fue el eslabón que la vida designó para arrancarle sonrisas a los más chicos. Fueron tantas las infancias, tantas las sortijas que pasaron por sus manos y tantas personas que quedaron prendadas a su calesita mágica, que en Facebook se creó un grupo de fans: “Yo fui a la calesita del viejo don Luis”. Las anécdotas, las vivencias , los recuerdos y los mensajes se amontonan como un baúl que guarda el tesoro de emociones muy preciadas.

Además, el solo caminar por la zona aledaña a la calesita y el preguntar por don Luis, hacen que a la sola mención de su nombre la gente detenga su marcha y cuente alguna anécdota entrañable de los tiempos idos. Los vecinos más celosos de la memoria barrial, cuentan que fueron “cuatro generaciones” las que estuvieron bajo la influencia positiva de la sortija, las sonrisas y las vueltas sin descanso de la calesita de Don Luis. Por ello, esta equina del oeste porteño es una reliquia, un tesoro para muchísimas personas que han crecido y que llevan a Don Luis y a su calesita en un rincón del corazón.

Una calesita andariega 

En los primeros tiempos , cuenta la crónica barrial, que la calesita funcionó en la intersección de las calles Juan B. Justo y Fragueiro. Después, se mudó con su calesitero a las calles de Villa Luro y Liniers hasta que Don Luis dejó de lado su faceta andariega y decidió echar raíces en el mismísimo patio de su casa. Allí, en el día de hoy continúa funcionando, en homenaje al legado de Don Luis que falleció a mediados de 2013.

Luis Rodríguez, comenzó a transitar en el oficio de calesitero cuando Juan, quien era su papá compró la calesita en marzo de 1920 con plata que le habían prestado para iniciar un negocio familiar y cumplir un sueño. La calesita no era nueva sino usada , y supo dar vueltas en sus comienzos en la zona de Ramos Mejía. Juan se había decidido por esta actividad porque había dejado de trabajar como guarda de tranvía y quería comenzar un emprendimiento que pudiera servir para mantener a la familia con algo de diversión para los más chicos también.

De entrada, fue un caballo de nombre Rubio, que con su tracción a sangre fue el motor de la alegría que supo regalar la calesita : el noble caballo hacía girar la rueda repleta de niños al ritmo de la música que salía de un sonoro organito. Luisito,que por entonces tenía 15 años, abandonó el colegio y se transformó en socio de su padre en el negocio calesitero. El tiempo pasó y cuando su padre murió en 1944, Luis se hizo cargo del negocio yendo con la calesita itinerante de acá para allá, como si se tratara de una calesita de circo. Unos años antes, el esfuerzo del caballo Rubio para hacer girar la calesita ya había sido reemplazado por una pequeña máquina a nafta primero y luego, por un motor eléctrico. Lo que no cambió nunca fueron los caballitos de madera , el elefante y el barquito original .Tampoco los autos, los camellos y los aviones que don Luis fabricó con sus propias manos.

La esquina de Falcón y Miralla ahora es la esquina de Don Luis y su calesita. Patrimonio Histórico de la Ciudad de Buenos Aires. 

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