Marcelo Hidalgo Sola nos invita a descubrir el Puente Transbordador Nicolás Avellaneda. Un puente que , junto con la Calle-Museo Caminito, son la identidad del barrio de La Boca y uno de los paisajes icónicos más bellos y pintorescos de la Ciudad de Buenos Aires.
Llegó para adelantar la modernidad porteña ,el progreso; para unir orillas ,la de la Ciudad y la de la Provincia de Buenos Aires. Orillas en donde los trabajadores y las mercaderías esperaban siglos para ir y venir en embarcaciones precarias hasta el puerto , la zona de mayor bullicio e intensidad en los albores del siglo XX.
Su particular fisonomía y la mirada de los pintores que veían belleza en sus formas, lo convirtieron en ícono y,desde entonces, el Puente Transbordador Nicolás Avellaneda tendido como mole sideral sobre las aguas entre el barrio de la Boca y la Isla Maciel en la Ciudad de Avellaneda, es una de las postales más conocidas de Argentina, junto con Maradona y el Obelisco.
Sin embargo, el hoy reconocido como Monumento Histórico Nacional y uno de los últimos ocho puentes transbordadores que todavía funcionan y están en pie a nivel mundial, no siempre gozó de la actual popularidad y estima.
Un puente poético a punto de desaparecer
Increíblemente en el año 1993 estuvo a punto de ser demolido, desguazado para ser vendido como chatarra . Una decisión inaudita tomada por el Gobierno Nacional. Una vez más, el salvataje del Puente Transbordador estuvo a cargo de los vecinos del barrio de La Boca que, no dando crédito a la sentencia de muerte decretada para “su” puente , el alma del barrio, se movilizaron bajo el liderazgo del vecino Carlos Mario Pasqualini y lograron detener la iniciativa de desmantelamiento.
La historia que comenzó a dale a La Boca su pasaporte para dar la vuelta al mundo-explica Marcelo Hidalgo Sola- y ser reconocida en todas las portadas de revistas se inició en 1908, cuando la empresa Ferrocarril del Sud inició las obras de construcción de puente para inaugurarlo seis años más tarde, en 1914.
Así, el puente transbordador comenzó a funcionar trayendo orden, seguridad y regularidad al flujo de trabajadores que día a día necesitaban cruzar el Riachuelo para cumplir su jornada laboral . También , su porte de hierro majestuoso en las orillas del río, trajo belleza e inspiración a muchos artistas boquenses que encontraron en esa silueta, la armonía de una arista del progreso . Por ello, fue mucho más que un medio de transporte cotidiano para casi 17 mil trabajadores que realizaban el cruce entre ambas orillas montados en su barquilla colgante, sino que se convirtió en el alma viva, en la fuerza nueva e inmanente del puerto. Una confluencia de destinos, sentires y usos, que fueron más lejos y más alto que tan solo el ir y venir de obreros entre la infinidad de fábricas, comercios y astilleros ubicados en los alrededores del puerto.
La modernidad urbana y sus puentes
A medida que las ciudades se iban desarrollando, los puentes fijos como medio para conectar ambas orillas comenzaban a ser un obstáculo más que una solución. Esto mismo ocurrió en la Buenos Aires de fines del siglo XIX y, para facilitar y agilizar los cruces de un número creciente de personas y vehículos en la nueva, moderna e industrial ciudad, se proyectó la obra de un puente transbordador para el puerto.
En estos espacios, de grandes confluencias de personas y barcos, a menudo caóticos, era vital encontrar el modo de conciliar los dos sentidos en los que se debatía el flujo del transporte: en su sentido longitudinal, (a lo largo del Riachuelo), donde iban y venían embarcaciones, remolcadores y chatas y, en su sentido transversal, en vehículos o a pie , para posibilitar el cruce entre las márgenes de los obreros y demás habitantes del área industrial y urbana.
En respuesta a este contexto, fue que el Ferrocarril del Sud se decidió a construir un nuevo puente que facilitara el cruce a la altura de la desembocadura del Riachuelo, que resultó en el popularmente llamado Transbordador Avellaneda.
Así fue que Transbordador Avellaneda con su estructura fuerte,firme y monumental le regaló a La Boca su verdadera identidad. Con el tiempo, se acomodó al paisaje circundante como si siempre hubiera estado allí, compartiendo la vida y el arduo trabajo con los trabajadores del puerto.
El tiempo gestó un ícono portuario
Los años lo convirtieron en el puente más emblemático y querido del paisaje industrial del Riachuelo. Una consagración que aconteció de modo natural, a pesar de que su colosal estructura no fue en absoluto pensada como una intervención con fines estéticos,sino que quiso responder a las necesidades concretas de una realidad puntual. El funcionamiento del puerto, y la búsqueda de una solución técnica moderna para resolver las urgentes necesidades del transporte urbano hicieron que se conjugara el hierro, el arte y la poesía en una misma obra. Y la suerte del destino hizo el resto, ubicó el puente en las orillas de la boca del Riachuelo.