Marcelo Hidalgo Sola, nos lleva a conocer el café más tradicional de Buenos Aires que fuera el centro de las tertulias intelectuales más importantes de principios de siglo. Un lugar para remontarse a un rincón de la historia de la ciudad que moldeó la cultura de los porteños.
El café Tortoni luce señorial y distinguido como el primer día, aquel de su inauguración en 1858. Sus puertas abrieron en el mismo lugar que nos reciben hoy, sobre la Avenida de Mayo al 800, la más distinguida, tradicional y afrancesada de toda la ciudad. Hoy, con los moto kultural, guiados por Marcelo, especialista en circuitos turísticos en moto, hacemos una parada técnica para tomar un rico café y conocerlo por dentro. Queremos descubrir su historia y secretos y sobre todo seguir aprendiendo de Buenos Aires y sus sitios de interés más renombrados a nivel internacional, como lo es el Gran Café Tortoni.
En lo personal este café me es muy grato a mi universo de recuerdos. Pasé muchas noches en la bodega, cuando era estudiante, escuchando las transmisiones de radio que cada noche salían desde aquí de la mano y voz de Alejandro Dolina. Eran las épocas del auge y la magia de la medianoche que junto con Gabriel Rolón y Jorge Dorio se convertía en la emisión radial: “La venganza será terrible” y que transmitía Radio Continental hasta las 2 de la madrugada. Eran los años 90…
La nostalgia de esos tiempos es inevitable al entrar al café. El gran salón luce impecable, con sus mesas de mármol veteado en negro y verde, los cómodos sillones de roble y cuero. Un distinguido conjunto siempre iluminando con calidez. Tanto de noche como de día, el café busca recrear ese clima de intimidad que propicia la charla amena que luego deviene en interesantes tertulias si el grupo es grande. Marcelo Hidalgo Sola, nuestro guía, nos va contando acerca de los detalles y la historia del lugar.
Así nos vamos enterando que el nombre del café lo copió el dueño, un francés de apellido Touran, de un bar parisino. Y es cierto que el diseño del logo del nombre es muy francés en sus letras, dónde se reconoce enseguida el estilo que también lucen sus pares franceses de los años 20’. Las paredes del bar, tanto a su izquierda y derecha están tapizadas por obras de destacados artistas argentinos. Se lucen pinturas del pintor boquense Benito Quinquela Martín y de Aldo Severi, que eran asiduos concurrentes del lugar.
De cafés y peluqueros
En una de las pequeñas salas que tiene el bar funcionaba una peluquería en los años primeros de su apertura. Esta sala contigua se conservó tal cual y es conocida hoy con el nombre “César Tiempo”. Aquí luce la peluquería como un museo de época. Se mantienen los sillones forrados en cuero claro y los espejos de pared a pared de aquellos años donde los hombres se cortaban el pelo, la barba y se afeitaban, mientras se enteraban de las noticias con el periódico del día en la mano. Eran los tiempos del esplendor del café.
En homenaje a estas épocas y a sus famosos visitantes en uno de los rincones del bar se puede ver la estatua del Carlos Gardel en tamaño natural, junto con Alfonsina Storni y Jorge Luis Borges. Un artista plástico de nombre Gustavo Fernández, con el apoyo del Art San Michel de París, las realizó y donó como un particular homenaje al “Gran Café Tortoni” en el año 2006.
Alfonsina Storni fue uno de los personajes de la cultura porteña que más frecuentaba el café. Eran asiduas las tertulias de escritores que con frecuencia se llevaban a cabo en estas mesas y Alfonsina aquí se forjó su fama de poeta. El sector que elegía para recitar sus poemas era el del piano, que está tal cual entonces. Entre las mesas, Alfonsina paseó su figura melancólica, cargada de dolor y pesar hasta ese oscuro día de 1938 en el que decidió internarse en el mar para apagar su pena.
El Tortoni hoy: un museo abierto a todos
El tiempo ha pasado y el día de hoy el Tortoni luce inmutable, pero los clientes y visitantes no son los de antaño. Los que hoy se llegan hasta el café son en su mayoría turistas que vienen atraídos por la historia del lugar. Tanto dentro como fuera hay un permanente despliegue de flashes y gentes, unos posando en un rincón luego en otro, al lado de Borges o de Alfonsina, muchos en la peluquería y cada detalle es apreciado por múltiples celulares que no dan tregua a la función de video. Los mozos vestidos de época, sirven café y hacen las más de las veces de guías locales dentro de las instalaciones, además de informar también acerca de casi todos los sitios de interés turístico cercanos al café. El bullicio y la dinámica cambió dentro de este lugar tan querido para los porteños pero la esencia no. A penas se cruza el portal de entrada, uno se sumerge en otro tiempo, en los de aquella Buenos Aires en la que aún se debatían las ideas al calor de noche y los cafés. Tiempos en dónde la cultura florecía en cada mesa y los artistas e intelectuales estaban al alcance de la mano. Al caminar entre las mesas del salón y apreciar a los turistas que se sacan fotos en cada placa conmemorativa que encuentran dentro del lugar, uno escucha que dicen que el “Tortoni no tiene comparación con ningún otro café de la ciudad”. En realidad están en lo cierto. En este café los turistas y los mismos habitantes de la ciudad ingresan de algún modo misterioso a un sitio que guarda la memoria cultural nacional y eso se siente de un modo inexplicable. Por ello esa magia que cautiva y que invita a quedarse mirando una y otra vez cada mesa, cada cuadro, cada lámpara, cada detalle y ser partes de ese aire que compartieron aquí Borges, Alfonsina y Carlos Gardel.