El puente Nicolás Avellaneda es un ícono del barrio de La Boca. Desde 1930 se alza como testigo mudo de los sueños de los vecinos de la zona, trayendo carácter y dinamismo al barrio con su impronta monumental.
Un puente que es un emblema del Barrio de La Boca nos convoca hoy. Desde la esquina de Pedro de Mendoza y Almirante Brown avanzamos con las motos pegados a la silueta del Riachuelo, uno de los brazos más conocidos del río de la Plata. El Riachuelo ofrece su vista de aguas aceitosas, terrosas, opacas, pero el aire se hace claro porque el viento limpia el paseo costanera. Enfrente a nuestros ojos, se alza con su silueta de hierro y sus pies apoyados en ambas orillas del riacho el puente y transbordador Nicolás Avellaneda. Su estructura es un ícono del barrio, su perfil aparece delineado en todas las postales y fotos que ponen de relieve al lugar junto con los colores de Caminito, la calle Museo más famosa del mundo.
Este puente, a cuya vera estacionamos hoy, nació como una obra de ingeniería monumental que caracterizó y proyectó al barrio como central portuaria y también como testigo de su crecimiento en los primeros años del siglo XX. Dada la creciente actividad de este puerto en aquellos años, que bullía desde las primeras horas del amanecer, y convocaba a miles de trabajadores al día, se hizo necesario ir adecuando las estructuras al progreso. Así fue que el puente y trasbordador Nicolás Avellaneda, surgió para agilizar el afluente de trabajadores de una orilla del Riachuelo a la otra, ya que sus brazos de hierro unían pasajeros y mercaderías desde la orilla del barrio de La Boca con la de la ciudad bonaerense de Avellaneda. Las primeras estructuras -comenta Marcelo Hidalgo Sola– que conectaron ambas márgenes, estaban construidas en madera y el agua las destruía fácilmente; pero ya a mediados del siglo XIX comenzaba a experimentarse la técnica del hierro suspendido para la realización de puentes. Así fue que, se designó a Ferrocarriles del Sud levantar uno de los mayores íconos porteños : el puente y transbordador Nicolás Avellaneda.
Desde que su silueta domina el barrio, le cambió totalmente su perfil. La modernidad desembarcó con el puente, cuya construcción llegó para dirigir organizadamente la marea humana de trabajadores que día a día y de a miles, se convocaban aquí para cumplimentar su jornada laboral. Muchos artistas boquenses como Benito Quinquela Martín y Pio Colivadino, se vieron cautivados por sus formas y prontamente dejaron en sus acuarelas y óleos la imagen del puente, al que sintieron como propio y parte de sí, y de su más honda identidad de boquenses. Y, es que a todos los habitantes del barrio de La Boca, este puente les cambio la vida. Los hizo centro dentro de la periferia y le dio categoría bohemia a sus orillas. Además, le supo agregar poesía al perfil oscuro de las aguas del Riachuelo y le dio un sinfín de vistas que, como postales, fueron la inspiración de escritores, poetas y pintores tanto locales como extranjeros.
Los puentes guardan la historia y la custodian
La historia dice que fue en septiembre de 1908, mediante un decreto del Poder Ejecutivo que se autorizó al Ferrocarril del Sud a levantar un primer puente que conectase la orilla boquense con la del Dock Sud. Una empresa inglesa se encargó de construir la estructura metálica, elevada 43 metros sobre el agua, mientras que en el lecho de arena se hundieron ocho cilindros de 24 metros que sirvieron para el sostén de las torres. Este puente fue librado al uso público en 1914 y estuvo en actividad hasta diciembre de 1940. El mismo, permitía el paso de pocos peatones y chatas, pero no contribuía a descomprimir el intenso tránsito vehicular entre la ciudad y Avellaneda, concentrado aguas arriba sobre el Puente Pueyrredón, en Barracas. Por eso fue necesario proyectar uno nuevo, llamado como su antecesor Nicolás Avellaneda.
Fue en 1930, cuando la construcción del nuevo puente tomó lugar y el proyecto quedó en manos de Vialidad Nacional, que lo concibió como una solución a algunos problemas que planteaba la circulación metropolitana. Se pensó en una estructura de puente transbordador porque no podía tratarse de un puente levadizo o giratorio, que permanentemente interrumpiera la circulación vehicular, ya que se aprovecharía su ubicación en el sur para desviar parte del flujo automotor que pondría en marcha el nuevo camino Buenos Aires-Mar del Plata, por entonces todavía en construcción. Por todo esto, la plataforma de hormigón armado y metal del nuevo puente Avellaneda, tiene una altura considerable. Sus rampas de acceso de más de un kilómetro de extensión se proyectaron sobre un área urbana ya consolidada, lo que representó un programa de expropiaciones y demoliciones, con la consiguiente oposición vecinal.
De otro lado del puente se encuentra la “Isla Maciel”, que no es en realidad una isla sino la continuación de La Boca en Avellaneda. El portugués Maciel adquirió estas tierras en 1604 y estableció una estancia con casco dedicado a la explotación agrícola y a la crianza de animales.
Ya para fines del siglo XIX, la isla Maciel era una extensión a la que se accedía mediante un sistema de botes públicos que siguen empleándose aún hoy. Los habitantes de barrios vecinos también acudían allí como recreo, de la misma manera que las elites se dirigían al Tigre. La bohemia plástica boquense, con Alfredo Lazzari a la cabeza, se daba cita allí para recuperar el paisaje natural que había desaparecido ya de La Boca, inspirador de su pintura en plain air (al aire libre). Largas tertulias tenían lugar en el bar La Unión, pegado al viejo puente. Los duelos de cuchillos entre cafishios y malevos fueron habituales cuando se generalizaron los piringundines, los salones de “dudosos” bailes y los prostíbulos regenteados por punteros conservadores. EL Farol Colorado, reino de las pupilas polacas y francesas, fue el más célebre de todos ellos. El Riachuelo guardó todas aquellas historias de tiempos remotos; sus aguas diluyeron el calor de los bailes tangueros y las añoranzas de las tierras europeas de casi todos los paisanos de este pintoresco barrio aldea. El puente y transbordador también fue testigo mudo de estas historias, dándoles un marco de progreso; de esperanza transmutada en hierro, poesía, cuchillos, pintura y mucho calor de familia y sentido de identidad a este de barrio de inmigrantes, que soñaba con un futuro de prosperidad para sus hijos a la sombra del puerto, de las aguas del Riachuelo y del Puente.