Viaje en moto a la Fuente de las Nereidas

Marcelo Hidalgo Sola visita la Fuente de las Nereidas


Un paseo único, que permite contemplar un conjunto escultórico que aún hoy da que hablar: belleza y poesía que se conjugan en una fuente esplendorosa.

Si el tiempo acompaña, está agradable y hay sol, es un marco perfecto para subirse a la moto y atravesar la ciudad hasta llegar a Costanera Sur. La propuesta del grupo de los moto kultural es hoy conocer y disfrutar de la fuente de Las Nereidas ubicada en los confines de la ciudad de Buenos Aires, allí donde se luce esplendorosa desde el año 1903 ,cuando fue emplazada o retirada de la vista de la sociedad porteña de ese entonces.

El grupo llega con las motos hasta la fuente y para apreciarla en su esplendor y dar una vuelta a su alrededor. Porque, para apreciarla en cada detalle hay que contemplarla desde todos sus ángulos e ir descubriendo los detalles de las figuras y maravillarse de su excelente ejecución.

El monumento, magistralmente realizado por Lola Mora, representa el nacimiento mitológico de la Diosa Venus. Sostenida por Las Nereidas, ninfas del océano, Venus se alza a la luz desde el interior del mar, del cual en la fuente vemos algunas de sus criaturas monumentales. Las ninfas hijas del dios del mar, Nereo, están circundadas por tres tritones y sus caballos, que celebran el acontecimiento con todo brío. Los caballos parecen saltar captados por la algarabía del nacimiento de la diosa que es presentada al mundo desde lo alto.

La fuente en las orillas de la ciudad

Es la obra de arte más famosa de la artista tucumana Lola Mora, la primera escultora profesional de una Argentina que se escandalizó con su rebeldía y, a la vez, admiró su talento.

Quien hoy recorra la Costanera Sur se preguntará por qué fue inaugurada como balneario municipal. Sucesivas construcciones y rellenos de tierra –explica Marcelo Hidalgo Sola –como la Ciudad Deportiva de Boca Juniors y la Reserva Ecológica– fueron desplazando al río hasta convertir el paseo en un insólito balneario… sin agua. Viejas fotos atesoran el recuerdo de bañistas refrescándose en las escalinatas o el espigón, hasta donde llegaban las olas de un Río de la Plata aún no contaminado. El Paseo de la Ribera –como se llamó en un principio– fue un digno exponente de la “belle époque”, con sus ramblas, pérgolas, teatro griego, confiterías, restaurantes, parque de diversiones, esculturas, farolas y un gran palomar. Conoció su esplendor en la década del 30, cuando era el paseo dominical obligado para muchas familias porteñas, epicentro de los festejos del carnaval, y sus escenarios servían de trampolín para la carrera de varios artistas. De aquel pasado de esplendor hoy sólo quedan vestigios: la vieja Cervecería Munich, la añosa arboleda, el Museo de Calcos y valiosas obras de arte que intentan disimular un cierto tufillo a gloria decadente.

Sin dudas, el monumento más característico de la Costanera Sur es la fuente Las Nereidas. Su autora, Dolores Mora de la Vega, había nacido en Trancas (Tucumán) en 1867, en el seno de una próspera familia de estancieros y profesionales. Desde muy niña mostró su habilidad para dibujar, y las primeras exposiciones de sus cuadros la enfrentaron con el rechazo de una sociedad prejuiciosa que no admitía que una mujer quisiera convertir el arte en su medio de vida. Rebelde y tesonera, a los 29 años obtendría una beca del Estado argentino para perfeccionar sus estudios de pintura en Italia. Fue en Roma donde descubrió su vocación por la escultura y nunca más volvería a pintar. Discípula de Julio Monteverde, muy pronto conoció el éxito, ganó concursos internacionales, trabajó por encargos de la nobleza peninsular y se habituó a los elogios en los diarios europeos. Pero en su amado país aún no la conocían como escultora.

 En 1901 Lola ofreció a la ciudad de Buenos Aires una fuente artística, por la que no cobraría honorarios, para mostrar los frutos de un aprendizaje que su país había financiado. El intendente Adolfo Bullrich aceptó la oferta, y hasta prometió el emplazamiento de la obra en la Plaza de Mayo, tal vez convencido de que una mujer jamás sería capaz de esculpir semejante monumento, y que la fuente ofrecida nunca dejaría de ser sólo un boceto.

Lola Mora trabajó tenazmente en su casa-atelier de Roma durante un año, montada en caballetes o escaleras, cantando vidalas al ritmo de los golpes de cincel y restándole horas al sueño. Era famosa la distinción de sus vestidos de encaje y sus elegantes sombreros en las reuniones sociales; pero para trabajar vestía amplios pantalones, blusas de seda cruda, pañuelo bordado al cuello y una boina que apenas lograba retener su indomable cabellera negra, por la que su amigo poeta Gabriel D’Annunzio la bautizó como “la argentinita de los cabello peinados por el viento”.

Arribo y prejuicios

Embarcada en Génova, en el vapor “Toscana”, la fuente llegó a Buenos Aires en septiembre de 1902. Lola Mora se disponía a ensamblarla en la Plaza de Mayo cuando un huracán de escándalos abatió su entusiasmo. “¿Dónde se ha visto una mujer escultora, si sólo los varones tienen fuerza para golpear la piedra? ¿Habrá sido ella la verdadera autora de la obra? ¿Qué tiene que ver con la historia argentina una fuente inspirada en la mitología griega? ¿Qué pretende esta tucumana con semejante exposición de figuras tan humanas, tan sensuales, tan desnudas?”. Descartada la Plaza de Mayo por su vecindad con la Catedral, durante meses se debatió cuál sería el mejor emplazamiento para esta fuente “escandalosa e inmoral”. Se propuso llevarla a Mataderos, al Parque Patricios o a cualquier otra periferia de la ciudad, donde sólo fuera vista por compadritos y orilleros, lejos de los ojos pudorosos de los ciudadanos honorables.

Finalmente –por gestión del general Bartolomé Mitre– la obra fue inaugurada el 21 de mayo de 1903 en la intersección del Paseo de Julio (hoy Leandro N. Alem) entre Cangallo (Perón) y Piedad (Sarmiento), en un acto oficial opaco, pero con la concurrencia de un público numeroso y entusiasta, que no parecía escandalizarse tanto. En 1918, durante la intendencia del Dr. Joaquín Llambías, la fuente fue trasladada al recientemente inaugurado Balneario de la Costanera Sur, realzando la elegancia del romántico paseo. Fue la propia Lola Mora quien dirigió el traslado y reemplazamiento de su obra, haciéndose cargo personalmente de los costos (deuda que la Municipalidad saldaría 14 años después).

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