Motos estacionas en la galería Güemes

Una Harley Davidson se rinde al encanto de la Galería Güemes


Ignacio Sáenz Valiente nos lleva de viaje hacia el interior de la afamada galería, que curiosamente no tiene piso 13, dicen que para ahuyentar la mala suerte; y también albergó al autor de EL Principito, y en la que cantó Carlos Gardel

La Galería Güemes no se agota con la visita a su rooftop. El boom del espacio para disfrutar de los mejores after-hours de la ciudad hoy no va a estar en el programa cultural, y sí lo estará, un recorrido completo por el conjunto de la galería. El propósito del día es adentrarnos por los diferentes espacios, pisos y vericuetos de este edificio emblemático del Patrimonio Arquitectónico de la Ciudad. Por eso, una vez que estacionamos la moto en Florida al 500 , nos preparamos para disfrutar de una velada con la cultura.

 La Galería es un mundo en sí mismo. Es el primer rascacielos de América Latina que se construyó enteramente con la técnica de hormigón y en realidad es un complejo que abarca un total de cuatro torres: la Cangallo, San Martín, Supervielle y Mitre. De este grupo sólo la torre Mitre ostenta 14 pisos. El 14 que en realidad es el 13, pero los constructores no le esquivaron a los escollos de la superstición y modificaron la numeración. Las torres hermanas solo pueden contar seis pisos en su haber. A partir del piso seis se levantan transversales al eje del pasaje, cerca de la calle Florida, dos alas simétricas con los ocho pisos restantes que forman el rascacielos. Hasta allí sólo puede accederse por la torre Mitre.

 “Esta mini ciudad posee en su interior comercios, departamentos, restaurantes, teatros, coro, correo propio, un café notable y el mirador más emblemático de la ciudad a más de 80 metros de altura”- explica a la gente que recorre el lugar, Ignacio Sáenz Valiente

Galería comercial parisina, departamentos de oficinas, viviendas, espacio cultural y rascacielos de 14 pisos, esta obra es una de las singularidades de la arquitectura porteña que vio la luz en 1915. Nació de la audacia del arquitecto italiano Francesco Gianotti, quien en su afiebrada labor en la Capital Federal, en 1916 inauguraría también el proyecto de su mano que sería, nada menos que, la Confitería del Molino.

El rol pionero de la galería radicó en la gran cantidad de usos para la que fue diseñada. Estos, fueron reflejo de las necesidades, desafíos y anhelos arquitectónicos de la vida en las metrópolis de principios del siglo XX: en los primeros años albergo teatros, un cabaret, oficinas, comercios, baños turcos, departamentos -algunos sólo “para hombres solteros”-, un restaurante y el más renombrado mirador con vista panorámica de la ciudad.

“Acá hay de todo: tenés una perfumería de 70 años, Ruiz y Roca, pero también una ferretería, por la que muchos vienen especialmente. Incluso, una casa de sellos de goma de más de 60 años, a la que llega gente del campo a hacer grabados. Lo atiende la nieta de los primeros dueños”, apunta Cecilia Oister, directora de la sociedad propietaria del edificio, que también lo administra. Es que, pese a esa diversidad en los usos, la propiedad tiene ese único dueño, lo que permitió que “se mantuviera la unicidad a lo largo de un siglo, con todas las idas y vueltas y la falta de inversión que la galería padeció”.

 

La disputa por el primer puesto en altura edilicia

La competencia por el título de primer rascacielos latinoamericano estuvo a la orden del día, como el Railway Building (en Paseo Colón 181), de 80 metros de altura, inaugurado en 1910, que le quiso quitar la corona. Sin embargo la galería sorteó los escollos que le presentaron sus competidores y logró alcanzar el reconocimiento en la mayoría de los medios y guías turísticas de la época.

“Hay varias razones para esto. Por un lado, la repercusión mediática que tuvo, que terminó siendo más fuerte de lo que fue el Railway. Por el otro, el impacto que tiene la galería en términos de usos: la actividad en sus teatros, sus comercios, luego su historia. El Railway, en cambio, era más que nada un edificio de oficinas alto”, resume Oister.

“Para comprender esto, es necesario centrar la mirada en la revolución que fue este edificio para su época. No se le podía pedir más a un edificio , más innovaciones era imposible “enfatiza Oister . Como por ejemplo, contar con un sistema de correo interno con tubos de aire presurizado que hacía viajar las cartas de un punto a otro de la propiedad, un sistema de refrigeración que permitía bajar seis grados la temperatura en relación con el exterior, o ascensores que recorren 2,5 metros por segundo, “lo que los coloca entre los más rápidos de los conocidos”, reza un artículo de la revista Técnica y Arquitectura de 1916, de la Sociedad Central de Arquitectos, en un número dedicado enteramente a la entonces nueva edificación. “Es por eso que sin dudas en ese tiempo la Güemes debe haber causado una mayor revolución, opina la administradora del lugar.

 

La historia y detalles del desafío de su construcción

Como el nombre lo indica, la Galería Güemes fue pensada como un homenaje al general salteño y, diseñada a pedido de personajes de la alta sociedad de la provincia que vio nacer al ilustre caudillo. Sus hacedores, Emilio San Miguel y David Ovejero, tenían el dinero, la paciencia y la intrepidez necesaria que requería la obra y la época: soñaban con levantar un rascacielos de hormigón armado, algo inédito hasta entonces, con una altura que requirió un permiso especial. Y, para colmo, hacerlo sobre un espacio vacío sin columnas, porque dos salas subterráneas para fiestas, comidas y espectáculos, tenían pautadas unas vistas a espacio con jardines que no debían ser bloqueadas.

 El broche de oro del recorrido es el gran salón señorial “El piso de ese salón (de fiestas) está formado por una gigantesca losa de cemento armado movedizo sobre un eje central transversal. Su movimiento oscilante permitirá adaptar el salón para fiestas de baile o banquetes, (…) gracias a un sencillo e ingenioso mecanismo, que dará al piso la inclinación necesaria”, dice un artículo de revista La Ingeniería, del Centro Nacional de Ingenieros, el 16 de octubre de 1912. Oister traduce: “La losa, que es muy finita, está sostenida por un andamiaje, hace pivot y se puede inclinar para teatro o restaurante”. Y los detalles siguen, hay muchos más para descubrir en un recorrido que no se pueden perder. Sobre todo hay que subir al mirador pero falta mucho para llegar al piso 14. En otras entregas podremos ver un poquito más de este fantástico edificio.

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