Marcelo Hidalgo Sola : de cielos porteños , motos y observatorios astronómicos.


Hoy realizamos un recorrido en moto para conocer el primer observatorio astronómico que tuvo la ciudad de Buenos Aires. En la calle Bartolomé Mitre 2455 el Observatorio San José nos espera para dejarnos contemplar el cielo y las estrellas de nuestro cielo porteño.

Buenos Aires ofrece rincones maravillosos para redescubrir. Se trata de antiguas joyas que guarda el arcón de la ciudad ,que aún hoy al visitarlas , nos regalan algo de su antiguo fulgor.

Porque Buenos Aires es así, dispuesta a revelar sus los tesoros a los espíritus más curiosos que van en búsqueda de esos rincones porteños que el tiempo cubrió con su manto, pero que el esfuerzo de otros ha rescatado y resignificado para la comunidad.

Este es el caso del recorrido que hoy nos convoca, en donde un singular paseo en moto nos permitirá descubrir desde el telescopio más antiguo que tiene la ciudad y desde esa óptica , contemplar el cielo y las estrellas que tapizan la noche porteña . Porque en el barrio del Once, a pocas cuadras de Plaza Miserere, se encuentra una cúpula que todo lo ve. Un mirador oculto, una torre centinela que fue testigo y protagonista de las sucesivas metamorfosis que sufrió la ciudad de Buenos Aires durante el último siglo.

Esta torre de altura fue construida en 1870 y pertenece a la estructura principal del centro educativo que abarca el colegio San José ubicado junto a la Iglesia Nuestra Señora de Balvanera. Por aquellos tiempos, ningún edificio que fuera de importancia era concebido sin un mirador en las alturas. Por ello, el del San José se convirtió en el más portentoso de todos, con una base de unos 6 metros por otros 5 y una altura de 25 metros, algo excepcional para la época- explica Marcelo Hidalgo Sola – y además, con un remate categórico compuesto por una cresta almenada cuyo diseño imita a una atalaya medieval.

Una vista estratégica de la gran ciudad

Su vista privilegiada no pasó desapercibida para las autoridades de entonces. Una postal panorámica y estratégica de la ciudad, era ofrecida desde la altura del mirador que pronto se convirtió en enclave de las tropas militares que utilizaron la torre como puesto de vigilancia en las revoluciones de 1880 y 1890. Más tarde, allí pasó a funcionar el primer observatorio astronómico que tuvo la ciudad de Buenos Aires , cuya actividad se mantuvo sin interrupciones hasta el año 1970.

Después, el acceso al mirador fue cerrado y el espacio cayó en estado de absoluto abandono hasta que un día, por el año 1981 un grupo de profesores y de alumnos del colegio San José decidieron hacer una “expedición” a la antigua buhardilla. El lugar estaba derruido, goteras y humedad habían hecho su trabajo a lo largo del tiempo. Pero, entre el montón de trastos viejos y objetos inservibles encontraron, para el asombro y la fascinación de todos, un verdadero tesoro. El hallazgo consistió en un antiquísimo telescopio astrográfico de bronce macizo , de origen francés, confeccionado bajo el sello de la exclusiva casa Mailhat.

Un telescopio que recobra su inigualable visión

El instrumento fue totalmente restaurado y acondicionado pero con algunas variantes. Por ejemplo, el sistema original de relojería que funcionaba a pesas fue reemplazado por un motor sincrónico de corte eléctrico y, luego de un año de arduo trabajo de restauración y pruebas, finalmente el telescopio volvió a estar operativo. Para ese entonces, ya se había reacondicionado todo el espacio y se decidió abrirlo para uso educativo de la comunidad y sumarlo como un observatorio amateur con ciclos de charlas y actividades para toda clase de público. Hoy , el telescopio que fuera rescatado del olvido está a punto de cumplir los cien años y es la estrella absoluta de la torre junto con la cúpula giratoria.

Sin embargo llegar a esa cima no es tan simple. Es una pequeña odisea que implica atravesar primero los pasillos de un edificio añoso, que tiene 150 años de historia. Una vez que uno se adentra en el corazón de la manzana, ya empieza el tramo final del recorrido, que es el más dificultoso por lo empinado.

El acceso se puede realizar sólo por escalera. Una escalera en extremo angosta que equivale a unos diez pisos de altura. La agitación a mitad de la subida se modera sólo si uno sube sin apuro y disfruta durante el interminable ascenso , de los rostros de los principales referentes de la historia de la astronomía que cuelgan enmarcados decorando la pared .

Así , de modo lento, uno se va familiarizando con la mirada de Ptolomeo, las arrugas de Copérnico y la barba de abuelo bonachón de Kepler y hasta, quién lo diría uno empieza a tomarles cariño, ya que parece que con su mirada van queriendo decirle al cansado visitante que no afloje en la subida, que ya va faltando poco. Al fin y al cabo, ese silencio es el único que acompaña el ascenso que parece interminable, que si no fuera porque la vista desde lo alto es imperdible, uno definitivamente abandonaría en el primer tramo de la empinadísima subida.

Al fin, hay que decirlo, se llega y definitivamente, el mirador está ahí y el telescopio espera para regalarle al visitante uno de los momentos más lindos: el recuerdo de una postal inolvidable del cielo y las estrellas de Buenos Aires

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